Voy a tratar en varios artículos
las diferentes formas de vivir la pareja y las relaciones afectivo-amorosas.
Retomo primero lo que decíamos al principio de este Blog (ver en “Sociedad”
“Relaciones familiares en tiempos de cambio”):
Antes, en la sociedad de nuestros
abuelos o bisabuelos, con una esperanza de vida media de unos 50 años, cuando
pasabas de esa edad eras considerado un “viejo”. Ahora, los que leemos estas
líneas vamos a vivir entorno a los 85-90 años, por lo que es corriente que se vivan
varios matrimonios, con una duración casi
semejante a lo que antes era uno. Muchas personas se separan de su pareja
después de 20, 25 años o más y les queda tiempo para emparejarse otra o dos
veces más. También cambias de trabajo (muchas más veces que antes y si lo
encuentras y de qué tipo…), de residencia,… y no digamos ya de productos que
antes considerábamos que nos iban a
acompañar durante buena parte de nuestra vida: el coche, los muebles, el piso…
El mercado nos dice:
consume, consume… que lo nuevo te hará sentirte joven. Sin embargo cada
experiencia es “única” y no es lo mismo el noviazgo a los 20 que a los 30 o a
los 50. Compararlos, querer revivir un nuevo enamoramiento como puro, joven y
bello, solo con lo que nos gustó de los anteriores y con nada de lo que provocó
la separación… seguramente nos hará caer de nuevo en nuestros defectos y
errores, los mismos pero multiplicados.
Querer
que el otro cambie
Una de las causas más comunes de
enfrentamientos y estériles discusiones en las parejas es querer que el otro
cambie. Al principio de una relación todo parece maravilloso. Incluso los errores
(o "imperfecciones") del otro nos parecerán virtudes. Efecto del espejismo, de las
distorsiones sobre la realidad que produce el enamoramiento. Después, esos
pequeños “defectos”, formas de ser, carácter, manías… iremos comentándolos,
suavemente, paso a paso. Desde los de mayor tamaño a los más insignificantes de
la vida cotidiana (“¿podrías tirar la basura más a menudo?”, “si cambiaras de
ropa parecerías más joven” “¿podríamos cambiar la tele de canal? es que ver
siempre lo mismo…”). Después, con el tiempo, vendrán las objeciones cada vez más
profundas o punzantes. “Sí, eres una persona maravillosa, pero deberías cambiar
esto o lo otro… Es que ya no soporto que hagas…”. Y después de unos años de
convivencia, habitualmente 4 o 5, es muy común o separarse o dedicar más tiempo
a la discusión estéril que a la comunicación.
Dicen algunos especialistas que
la raíz de estos problemas es que, cuando nos enamoramos, vemos en la otra
persona lo ideal, lo maravilloso y la imagen de lo perfecto ¿por qué? Porque proyectamos
sobre la otra persona nuestra propia personalidad idealizada, queremos ver
nuestro “yo perfecto”, sin defecto alguno. Queremos ver realizado nuestro yo
único y perfecto en el otro y, aún más, idealizamos que la unión del yo con el otro en un solo será lo
máximo, la imagen perfecta de la felicidad. Y así proyectamos todo tipo de
fantasías. Imaginamos un mundo perfecto, sin impurezas, tendremos un mundo
feliz si conseguimos estar con la otra persona. Nos enamoramos de una imagen. Imagen
que luego se irá desvaneciendo poco a poco.
Cuando vemos los defectos que
estaban ahí y que no nos gustan, y que no queríamos ver, muchos de los defectos
que no nos gustan de nosotros mismos, lo criticamos. Y parece ser que sobre
todo no soportamos aquello que no queremos que nos vean en nosotros mismos,
cuando lo vemos en la otra persona. “Tal vez merezca la pena observar que
aquella habilidad que nos atraiga de forma un poco exagerada en el otro, es
casualmente la parcela que debemos desarrollar nosotros” (Doria, J. Mª), la
parcela de nuestra personalidad que deberíamos de trabajar y observar sobre
nosotros mismos.
La obsesión por la perfección
tiene raíces religiosas y de auto-culpabilización. Si no somos perfectos y
felices es por el pecado, el Original
y el nuestro de cada día, que nos expulsó del Paraíso terrenal, aquel sitio
donde todo era perfecto, puro y no existía el sufrimiento, ni la fealdad… Si no
somos de determinada manera pensamos que es porque realmente no queremos serlo,
porque somos débiles o caemos en el “pecado”. Es algo que debemos corregir.
Pero el análisis científico de la
realidad nos indica algo bien distinto: lo puro, lo perfecto no existe de forma
absoluta y si somos de determinada manera (el carácter, la personalidad) es por
múltiples factores, evolutivos, de cultura, genéticos, familiares,… y uno no
puede cambiar de carácter y de costumbres como si fuera cambiar de camisa. Uno
de los errores del denominado “pensamiento positivo” (muy positivo en otros aspectos) es predicar que si real y profundamente
quieres una cosa, siempre la
consigues. En última instancia: Si realmente quieres un trabajo, ese trabajo, lo conseguirás (¿da
igual que haya 1 millón de parados que 6?). Esto lleva a múltiples
insatisfacciones personales, aparte de no querer analizar la sociedad, el
sistema, los problemas estructurales sociales. Es más fácil culpabilizarse a sí
mismo y/o a los demás más cercanos: mi falta de formación, mi mala suerte, mi
familia-malas amistades,… los que vinieron
de fuera y ahora nos quitan el trabajo…, esto es más fácil que
pensar/analizar que las responsabilidades principales son de un sistema
profundamente injusto y desigualitario. Es más fácil pelearte con tu vecino que
con un rico o que denunciar activamente al banquero-político-oligarca que no
ves y que está perfectamente protegido por todo el sistema.
Y esto no quita las responsabilidades
que tiene cada persona y lo que puede hacer cada uno.
(Sobre la independencia y el libre albedrío hablaremos en los
siguientes artículos).
Tomás Alberich (octubre 2013)
Tomás Alberich (octubre 2013)
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