Cualquier
persona que haya puesto algún tipo de cartel, pegatina, pancarta o
algo en la calle, sabe que no es lo mismo ponerlo que quitarlo. No
tiene el mismo mensaje ni la misma fuerza simbólica elaborar y poner
algo que arrancarlo o retirarlo. Ni siquiera las repercusiones
legales se pueden tipificar de la misma manera.
Cuando
se pone algo en el espacio público, primero hay que ver en qué tipo
de espacio. Si es en “mobiliario urbano” (un banco, farola,
marquesina de bus…) el que lo coloca se arriesga a ser multado
según la normativa municipal vigente, especialmente si lo pega o
adhiere con algún producto que estropea ese mobiliario o que
quitarlo conlleva un tiempo de trabajo de un operario que pagamos
todos. Más claro si es, por ejemplo, una pintada, que es punible y
está prohibida siempre.
Si
algo se coloca en un espacio libre y no estropea nada, la situación
es diferente: por ejemplo, colocar carteles en espacios públicos
precisamente previstos para este fin (tablones instalados por el
Ayuntamiento u otro tipo de soportes para uso libre) o, como es
tradición en este país, colocar carteles, avisos o folios
publicitarios en tapias, espacios abandonados, paredes de
transformadores de electricidad, etc. En todos estos casos no sería
sancionable.
Segundo,
hay que ver cual es el mensaje que va en ese cartel o publicidad: si
es o no ofensivo y para quién. No es lo mismo un cartel anunciando
un acto (cultural, social, político, etc.) que uno que incluya
insultos, calumnias, llamadas a la violencia, etc.
En
la inmensa mayoría de la realidad cotidiana lo que hay son carteles
publicitarios de entidades que no se pueden pagar anuncios en medios
de comunicación o no quieren. Y también en la inmensa mayoría de
los casos no pasa nada. Pero sí pasa si alguien los retira por su
cuenta y riesgo.
Comentaba
un tertuliano en Radio Nacional: “cualquiera que hemos puesto algún
cartel en algún momento, como en las campañas electorales, nos
molesta bastante que alguien lo arranque o retire, es evidente…”
Le contestaba una tertuliana diciendo “pero eso lo hacíamos cuando
no había democracia o en la transición, con la democracia no se
hace”. O sea que esta bendita señora puso un cartel en una pared
en los años 70, hace cuatro décadas, y no ha vuelto a poner un
cartel en la calle en su vida. Y considera ofensivo o al menos
incorrecto que alguien lo ponga.
Aquí
está parte de la explicación sociológica del escándalo
surgido con los lazos amarillos: la mayoría de la población
española no ha puesto un cartel social o político en un espacio
público en su vida. Ni un cartel ni una pegatina ni nada de nada.
Por dios eso es cosa
de gente metida en política o perroflautas…
La “gente de bien” no hacemos esas cosas.
También
sabemos que el carácter ofensivo o no de un mensaje es subjetivo y
variable. Por citar un ejemplo: recientemente en el municipio donde
vivo se han puesto carteles con un toro ensangrentado junto a un
torero y el mensaje “¿Es esta la fiesta que quieres?” solo decía
esto, junto al anuncio de una cita, sin más explicaciones y el
firmante (Villalba sin sangre). Algo simple y casi neutro, con
pregunta socrática. Pues causó “indignación” entre los
taurinos y algunos carteles aparecieron rotos o arrancados.
Paralelamente en los mismos días decenas de grandes carteles
anunciaban las corridas y los festejos taurinos, dentro de las
oficiales fiestas
patronales. Incluso en sitios prohibidos por la normativa. Pero al
parecer estos otros carteles no debían de ofender a nadie.
Por
lo tanto, aparentemente para mucha gente es ofensivo que se coloque
cualquier mensaje en un espacio público. Pero en la práctica
depende de quien lo pone y del mensaje. Del significado o del
significante que se le asigne.
A
pesar de lo que dijo un dirigente del actual Gobierno (tanto
derecho hay a poner lazos como a quitarlos),
es evidente que, al romper o retirar un cartel o un lazo, el que está
actuando violentamente es el que destroza la obra de otros, no el que
lo ha puesto. Se puede considerar que literalmente “se está
tomando la justicia por su mano”. Ya que el único que puede
retirar algo colocado en el espacio público es el que legalmente
tiene encomendada su conservación: el Ayuntamiento, prácticamente
en la mayoría de los casos (sobre el vallado, cerramientos,
mobiliarios urbanos, muros, playas y caminos públicos, etc.). Y
otras instituciones o el dueño de un edificio privado, si es en su
fachada o propiedad. El vecino que se siente molesto por lo que han
colocado otros, lo único que puede hacer es avisar al Ayto. o poner
una denuncia judicial para que se retire. Y si ese vecino vive en un
municipio donde la mayoría ha votado, por ejemplo, una Corporación
independentista, pues seguramente tendrá que aguantar los lazos
amarillos u otras simbologías.
Solo
pido un minuto de reflexión, de empatía, de ponerse en el lugar del
otro: piense que Usted ha puesto un cartel, un lazo o lo que sea en
la calle, para protestar o solicitar algo. Y que a continuación ve
que alguien le está arrancando o rompiendo lo que usted a hecho
(¿Qué cara que se le pone?).
Eso
no quita que, si se utiliza el derecho a la libertad de expresión u
otros derechos de forma abusiva, incidiendo en presionar a una parte
de la población en cualquier sentido, es normal y lógico que haya
protestas. También los molestados pueden colocar otras simbologías
o banderas. Pero quitarlos y, peor, hacer publicidad a favor de su
retirada, es un acto violento. Como lo han hecho los líderes del
partido Ciudadanos (C’s) animando a hacerlo (apología de la
violencia) y de desobediencia a la autoridad, que es la única que
podría retirar los lazos o cualquier otra instalación.
C’s
no lo ha denunciado su instalación a los tribunales, seguramente
porque sabe que lo perdería. Después de meses pensándolo… lo ha
comunicado a un Defensor del Pueblo, pero han emitido diferentes
recomendaciones el de España (Madrid) y el de Barcelona.
Un
apunte: recordar que los lazos amarillos no son para reivindicar la
independencia, ni solo de “independentistas”. Son para denunciar
el encarcelamiento de políticos catalanes, sin juicio ni razón de
orden público que lo sustente. Sin razón moral ni política. Algo
que considera injusto la mayoría de la población que vive en
Catalunya. En el caso de los lazos amarillos no se puede considerar
nunca que el “lenguaje” o el mensaje sea ofensivo o insultante.
La
mayoría silenciosa en
parte se identifica con aquello de que la gente “de bien” no
quiere entrar en una guerra de banderas ni de símbolos. Es
auto-apolítica
pero le molesta la política de denuncia: si no fuera así no le
molestarían los lazos amarillos. Realmente no es apolítica: es
antipolítica solo contra lo que consideran antiespañol, o es
simplemente de derechas.
C’s
trabaja para quitarle el voto de la ultraderecha españolista al PP y
parece que se le da bien. Lo malo es que provoca, aparte de
violencia, que el PP se fascitice
aún más y que, dado
el españolismo de ambos, el PSOE gire hacia ellos. Como siempre ha
ocurrido. El PSOE parece no darse cuenta de que, haga lo que haga, le
acusaran de izquierdista y antiespañol. Con una derecha echada al
monte de los ultras, el PSOE, para ocupar el centro-centro derecha,
se derechizará más.
Pero
a esta gente tan molestada no le molestan otras cosas:
Las
banderas de media hectárea en la entrada de algunos pueblos o en la
plaza de Colón (Madrid) colocadas por el PP y/o C’s parece que no
molestan a nadie. Bandera constitucional sí, borbónica también.
El
que el espacio público esté tomado por banderas, estandartes y
procesiones católicas varias semanas al año, parece que no molesta
pero sí: apenas un 14% de la población española se declara
católica practicante. Según los diferentes estudios y encuestas
alrededor del 70% de la población se considera católica pero, de
estos, solo alrededor del 20% va a misa (aunque sea una vez al mes).
Es decir que seguramente a más del 85% de los españoles les molesta
que no puedan circular libremente esas semanas, y a una importante
parte les molestará ver todos los edificios públicos haciendo
proselitismo confesional, engalanados por una ideología. Se pueden
sentir molestos por procesiones que desfilan por todo el municipio
con participación institucional de alcaldes, concejales, policía y
fuerzas armadas. Pero no hay manifestaciones ni quejas al defensor
del pueblo para que se limiten o reduzcan.
Los
lazos amarillos molestan, pero en muchos rastros, rastrillos y
mercados municipales se instala algún puesto con banderas
franquistas, de la Falange, incluso venden libremente insignias,
escudos nazis y retratos de Franco, Mussolini, Hitler, etc. esto
¿molesta? Los Ayuntamientos que lo permiten ¿tienen algo que decir?
Grandes
pancartas de “refugies well come”, banderas arcoíris, etc.
colocadas en las fachadas de ayuntamientos… a unos les molestan a
otros les parecen estupendas y necesarias.
En
conclusión. Es comprensible que a mucha gente en Catalunya le
moleste tanto lazo amarillo por todos lados y tanta bandera
independentista. Tienen la vía de la protesta y la de la denuncia
judicial. A otros nos molestan otras cosas. Algunas de las citadas y
especialmente que se mantenga en prisión a gente sin juicio, por
defender unas ideas.
(esta
entrada es una versión ampliada de la publicada en:
https://blogs.publico.es/dominiopublico/26368/evidente-no-es-lo-mismo-poner-lazos-que-quitarlos/)
Es difícil no estar de acuerdo con el contenido de este artículo. Aunque está implícito en su contenido yo añadiría que somos muchos en toda España, aunque tal vez no seamos mayoría como en Cataluña, los que estamos en contra de mantener en prisión preventiva a los políticos independentistas. Sin duda una de las razones por las que la Diada de 2018 volverá a reunir manifestaciones masivas será esta prisión injustificada.
ResponderEliminar