Hay
que saber de economía para que no nos engañen los economistas.
Joan Robinson.
1.
Los aranceles
Un
arancel es un impuesto y de
lo que se está debatiendo desde hace meses es del “arancel de
aduanas”, los derechos a pagar por la importación de mercancías
de procedencia extranjera, es decir un impuesto a
las importaciones. Lo que se compra al extranjero se grava con un
impuesto que hay que pagar para que el producto pueda pasar por la
aduana y que lo recibe el Estado. Todos pagamos impuestos cada vez
que compramos algo,
normalmente el IVA, que en el tipo general es del 21%.
Los
aranceles se inventaron para proteger las economías locales, a la
vez que suponen un ingreso para el recaudador. En la obra clásica
Diccionario
de Economía
(Alianza Editorial) se define que el arancel de aduanas “Protege la
producción nacional, y de su aplicación se derivan ingresos para el
presupuesto”,
obra dirigida por un progresista Ramón Tamames publicada allá por
1988, cuando el autor era reconocido como uno de los mejores
economistas. En su breve definición se señalan las dos
consecuencias principales que provocan los aranceles: proteger la
producción nacional frente la competencia extranjera y producir
ingresos para el Estado, como cualquier impuesto público.
Un
poco de historia. En la Edad Media europea se fueron implantando
aranceles en las múltiples aduanas de las fronteras existentes,
primero para proteger a los artesanos de cada lugar (comarca o
territorio feudal), después a la industria de cada región o país.
Todos los Estados impusieron aranceles al alza, hasta que llegamos a
mediados del siglo XX. Por un lado se crea la Comunidad Económica
Europea para eliminarlos paulatinamente entre sus países miembros,
creando un área de libre comercio que aspiraba a ser mucho más que
una unión económica. Así comienza la construcción de la Unión
Europea, como una zona libre de aranceles que fuera creando también
una armonización política y social. Las diferencias salariales y de
derechos laborales y sociales se fueron reduciendo entre los países
miembros de la Unión. Fue positivo para el desarrollo socioeconómico
del conjunto, no exento de desajustes. El objetivo de la armonización
y de reducir los desajustes obligó a la creación de múltiples
normas reguladoras para compensar las diferencias entre países. Por
ejemplo, la Política Agraria Común (PAC), creada nada menos que en
1962, regula todo lo que se puede o no producir en cada país, es una
planificación económica estricta, hasta unos niveles más propios
de una economía planificada que del libre mercado capitalista.
Las
uniones de libre comercio producen, entre otros efectos, una
acelerada especialización económica. Por ejemplo, España entró en
la UE bajo unas condiciones estrictas sobre lo que su agro-ganadería
podía producir, para que sobre todo la de Francia no se hundiera.
Francia impuso esas condiciones para aprobar la entrada de España.
Aun así es evidente que, visto en perspectiva histórica, esa mini
globalización europea ha sido beneficiosa para el conjunto de sus
países miembros, para el desarrollo del Estado social y para las
clases trabajadoras de la Unión.
Pero
¿qué pasa si creamos zonas de libre comercio, sin aranceles, por
ejemplo con Marruecos y más aún con el resto de África, Asia etc?
La economía agraria e industrial de España y buena parte de la UE
desaparecería ¿Puede competir una empresa agrícola o industrial
española con una marroquí que paga a sus empleados una quinta o
sexta parte por su trabajo? Imposible. Incluso si miramos el salario
medio en 2024: en España es de 1.323 euros, en Marruecos 288. Por no
hablar del volumen de la economía sumergida en ambos países, más
del triple en Marruecos según algunos estudios, ni de los controles
sobre el uso de plaguicidas, herbicidas, etc. Por mucho que nuestro
ministro de Agricultura se empeñe en convencernos de que todo lo que
entra en España pasa los debidos controles fitosanitarios ¿cuantas
inspecciones y controles hay en las fronteras, cuántos inspectores
hay in situ?
2.
La globalización
¿Qué
ha pasado en el mundo desde los pasados años setenta? Estados Unidos
lanzó la eliminación de aranceles como parte de las estrategias
dominantes del neoliberalismo. La globalización sería positiva para
todos, nos dijeron. El tándem ultraliberal Reagan-Thatcher propuso
la eliminación de aduanas económicas y la reducción de los Estados
al mínimo posible. Los controles fronterizos solo para evitar la
emigración masiva. Todo el poder para las empresas. Las más grandes
se comerán a las pequeñas, las economías fuertes a las débiles.
Las multinacionales pasaron a ser transnacionales, con poder e
implantación mundial. En el corto plazo los Estados fuertes,
norteamericano, británico, occidentales, aumentaron su poder.
Hay
que hacer un inciso para explicar la globalización.
Como proceso de intercomunicación mundial, es un fenómeno histórico
natural: mestizaje, fusión y contaminación entre culturas,
economías, tecnología... Es un proceso que se ha dado lenta y
paulatinamente desde siempre en la historia de las civilizaciones. El
incremento constante del comercio y la comunicación entre países y
continentes conllevó beneficios culturales y para el avance de la
ciencia, y perjuicios para las sociedades más simples y
minoritarias, muchas han desaparecido.
Pero
la globalización moderna aceleró enormemente estos procesos. Hasta
el punto de que podemos decir que la
globalización neoliberal imperante desde los años setenta/ochenta
es un proceso nuevo, diferente a lo que había existido, que quiere
imponer sus reglas de mercado como únicas y que se está dando en al
menos cinco ámbitos diferentes: 1. En la Cultura. Es la
neoglobalización más antigua, como proceso de exportación del
modelo de vida norteamericano a través de su potente industria
cultural: películas, música, bebidas, comida rápida... el american
way of life
como forma de vida y conjunto de valores y creencias que Hollywood
vendió como lo mejor del mundo y a imitar por todos. 2. Económica.
Desregulación y deslocalización del capital financiero especulativo
y, en menor medida, de la industria que seguía teniendo aranceles
pero cada vez menores. Libertad para el movimiento de capitales pero
no de los recursos humanos, no de las personas. 3. Tecnológica y
científica. Especialmente de las tecnologías de la Información y
la Comunicación (TIC) que en el siglo actual conforman un mismo
cuerpo con la anterior. 4. Del crimen organizado. Tráfico de drogas
ilegales, de armamento (legal e ilegal), tráfico ilegal de
mercancías -el de obras de arte y de falsificaciones es el que más
dinero mueve después de los anteriores- y tráfico ilegal de
personas. 5. Y
la globalización política y social, de los derechos humanos, de la
democracia, del poder de la ciudadanía, que es la que menos se da o
que menos se respeta. Regulada por organismos y acuerdos
internacionales con escasísimo poder (ONU, OMS. Corte Penal
Internacional, protocolo de Kioto...).
En
los años 70 las
teorías de Milton Friedman y de la Escuela de Chicago se extendieron
y los nuevos lobbies norteamericanos e internacionales transmitieron
incluso el mensaje de que en las sociedades occidentales había un
“exceso de democracia” que había propiciado levantamientos como
los de movimientos sociales de mayo de 1968 y la extensión de las
ideas “social-comunistas”. La
batalla de las ideas había comenzado con las propuestas de los
think-tanks que fueron en el sentido de “1) obligar a los
norteamericanos y al mundo entero a regresar a los parámetros del
capitalismo salvaje; 2) imponer un retorno a los ‘genuinos valores
americanos’ de corte puritano… Se estaba tramando la
revolución de los muy ricos,
como la bautizó Galbraith… A la altura de 1980 los neoliberales se
hicieron con las riendas del Fondo Monetario Internacional y del
Banco Mundial, dejando fuera de combate a varias generaciones de
socialdemócratas” (Garcia–Rosales y Penella 2011:21-27 1).
Estas
propuestas neoliberales triunfan en los años 80 y se imponen como
hegemónicas a nivel mundial, partidarias de la globalización, la
desregulación
de los mercados y la flexibilidad laboral: menos
normas, menos rigideces
comerciales y menos regulaciones a todos los niveles, que incluye
libertad de despido, menos derechos laborales y sociales y
privatizaciones. En palabras de Zygmunt Bauman es la modernidad
líquida,
menos Estado y más mercado. Los derechos legales, antes sólidos
como rocas, se licuan y se nos escapan entre los dedos de la mano
cuando tratamos de atraparlos. Podríamos añadir que ahora, en
muchos países, se han hecho gaseosos y se esfuman en el aire.
En
la España de Felipe González de los años 80 se cerraron los
astilleros, los Altos Hornos, las siderurgias… España que se
dedique al turismo y poco más. Pasar de la producción manufacturera
a una economía de servicios le llamaron “reconversión
industrial”, pero la industria no se estaba reconvirtiendo
simplemente se cerraba, se pasaba a la nada. En Europa solo Alemania
fabricará algo, lo demás lo compraremos fuera, donde haya mano de
obra barata.
Alberto
Garzón: “se impuso la lógica del mercado como principio rector,
cuya máxima expresión fue la famosa frase de Carlos Solchaga,
ministro de industria de aquellos años, según la cual «la mejor
política industrial es la que no existe». Como consecuencia de
aquella ceguera, España protagonizó uno de los procesos de
privatización más intensos de Europa …
pero esto resultó ser prácticamente una excepción en Europa. Por
ejemplo, Austria, Finlandia, Alemania, Italia y Suecia son países
que tienen más de 10 empresas públicas energéticas… Salta a la
vista que privatizar empresas públicas no fue una obligación, sino
una elección política” (Necesitamos
una empresa energética pública).
Los
procesos de globalización/privatización, como dos caras de la misma
moneda, fue contestado por los movimientos sociales de todos los
países del capitalismo avanzado.
Desde los agricultores franceses hasta los obreros industriales de
medio mundo protestaban por un proceso que disminuía sus beneficios
y hacia peligrar la existencia de múltiples puestos de trabajo. Se
les bautizó como movimientos antiglobalización y en 1999, en la
cumbre de Seatle de la OMC y los organismos financieros
internacionales, paralizaron la ciudad y obligaron a suspender las
reuniones. Las protestas continuaron por años a favor de Otro
Mundo es Posible.
Monereo
lo describe más claramente: “En
todas partes la globalización transformó las relaciones de poder
entre las naciones y las clases, impuso una nueva división del
trabajo y formas flexibles de gestión de la fuerza laboral, propició
la descentralización productiva y debilitó enormemente el poder
contractual de los sindicatos, allí donde tenían peso e influencia;
es decir, en las economías centrales. Dicho de otra forma, la
globalización generó coaliciones de ganadores y perdedores tanto
social como territorialmente; las desigualdades sociales se
incrementaron y las viejas identidades de las clases subalternas se
fueron disolviendo en un espacio público cada vez más colonizado
por un individualismo que se hizo de masas, por el descrédito del
socialismo (en cualquiera de sus acepciones) y rechazo de la política
como instrumento de transformación social … Todo esto terminó
con la crisis financiera internacional de 2008 … Biden no es la
democracia; Trump no es el fascismo. Donald Trump es efecto y no
causa de esta crisis. Quien no parta de aquí, difícilmente
entenderá el conflicto que asola al Occidente colectivo” (La
Guerra civil del occidente colectivo | Manolo Monereo).
Estar
en contra de la globalización neoliberal era apostar por las
economías de proximidad, solo posibles con el mantenimiento de
aranceles y aduanas económicas, y manifestarse en contra de las
zonas de libre comercio, como la creada entre México, EEUU y Canadá.
El
proceso de globalización neoliberal se aceleró a principios de
siglo cuando se apuntó China, apostó por el libre comercio y entró
en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Se pasó a una nueva
fase. En pocos años China, la India y el sudeste asiático se
convirtieron en la fábrica del mundo. Los gurús neoliberales
occidentales no podían imaginar que un enorme país, con un Estado
fuerte, gobernado autoritariamente por un partido comunista, se
convirtiera en pocos años en el mayor abanderado de la globalización
neoliberal capitalista en lo internacional. No les cabía en la
cabeza.
Las
economías nacionales se resintieron, las empresas, pequeñas y
grandes, no podían competir con los gigantes de Asia en un mercado
desregularizado. El desarrollo tecnológico mundial empezaba a
cambiar de sitio. El asentamiento occidental, como
productor-controlador propietario del desarrollo del conocimiento
científico y de la industria más sofisticada, dejaba de estar en
EEUU (Silicon Valley) y Europa para competir en situación de
desigualdad con los gigantes orientales. China no se limitaba a
fabricar barato, competía en todos los sectores.
En
1998 se crea en Francia la conocida entidad ATTAC, siglas de
“Asociación
por la Tributación de las Transacciones Financieras y la Acción
Ciudadana”, en el año 2000 en España,
para precisamente promover que se cargara con un impuesto a las
transacciones financieras internacionales, con un objetivo doble:
reducir la hiperespeculación en estas transacciones y obtener unos
ingresos para los Estados para reducir la desigualdad. A partir de la
propuesta conocida como Tasa Tobin se calculaba que grabando con un
impuesto del 0,1% a estos intercambios financieros se podría acabar
con el hambre en el mundo (la presión promovida por movimientos y
asociaciones como ATTAC consiguieron que se aplicara en algunos
países según casos, a empresas
españolas solo a las que tienen una capitalización bursátil
superior a mil millones de euros, con un tipo impositivo del 0,2%).
Aun
en 2014 y 2015 se seguían promoviendo nuevas áreas sin aranceles y
de libre comercio, que provocaron campañas internacionales en
contra, como la realizada en contestación al nuevo Tratado
Transatlántico de Libre Comercio e Inversión (TTIP), con
movilizaciones y mesas en la calle, promovidas en España por las
asambleas del 15M o sus sucesores ¿ya se nos ha olvidado todo esto?
El
TTIP era una huida hacia adelante, en la misma dirección neoliberal
que había demostrado ya sus fracasos, especialmente desde la Gran
Crisis de 2007/8. Desde hace lustros en USA se es consciente de que
no podían seguir sacando réditos a la globalización y trata de
recomponerse y revertir la situación.
Ahora
llegamos a la nueva era Trump, con un aparente mundo al revés. Hace
unas semanas la televisión estatal china emitía en sus informativos
los videos de Reagan a favor de la globalización y en contra de los
aranceles, mientras las cadenas norteamericanas repetían
machaconamente los mensajes de su Gobierno en el sentido contrario.
3.
La complejidad de la globalización y sus desastres ecológicos
Hay
que considerar que la globalización y la hiperespecialización
territorial produce efectos contradictorios:
-
Ecológicos catastróficos en múltiples ámbitos. El transporte:
decenas de miles de aviones y barcos transportando diariamente
mercancías de un continente a otro. Hasta el punto, lo vimos con la
pandemia, de que en Europa no se fabricaban apenas mascarillas,
venían de China, y todo lo demás también. Desde los palitos para
el chupa-chups hasta las gominolas, pasando por todo lo que lleve
plástico ¿Las nueces? de California. En los súper tenemos lentejas
de EEUU ¿La fruta? buena parte de América. Alberto
Garzón ha recordado que “todo
el comercio internacional se desenvuelve sobre la base de energía
abundante y barata, especialmente gracias a los combustibles
fósiles”, pero los análisis críticos en este sentido son
escasísimos.
Cuerpo,
ministro de Economía, indicaba en entrevista reciente que el
comercio entre América y Europa factura 4.400 millones de euros
¡cada día! Y que este comercio es fundamental para la economía
mundial. Desde luego ¿Y para la salud medioambiental? Copiando a
Friedman y la fabricación de un simple lápiz, Cuerpo nos explicaba
en el Parlamento donde se ha fabricado cada parte de sus gafas: el
cristal en un país, las varillas en otro, los tornillos en otro, el
plástico en otro. Fantástico ¡viva la globalización y el libre
mercado! Le faltó gritar.
Para
fabricar un automóvil europeo o norteamericano intervienen empresas
de cinco o seis países en los que, en diferentes fábricas, cada una
produce algo que envía a miles de kilómetros de distancia para
seguir con la producción, y el montaje se realizará en otro país…
Más consecuencias para el medio ambiente.
-
Cierre de las empresas nacionales que no están en el reparto
mundial, que no les toca producir eso que fabricaban porque otros lo
harán por menos precio, ya que los trabajadores de esos países
cobran la décima parte o menos que sus colegas europeos, en su
equivalente en euros. Influido también por el valor de cambio de sus
monedas nacionales.
-
Por contra, también es evidente que cuando se crea una zona de libre
comercio entre varios países, favorece la creación de empresas
productivas, de capital extranjero generalmente, en los países más
débiles económicamente. Esto favorece la economía de estos países
menos desarrollados, al menos en el corto plazo. La zona de libre
comercio entre México y EEUU favoreció la creación de miles de
empresas manufactureras, del textil y otros sectores, en México.
Favoreciendo el desarrollo económico de este país y el cierre de
empresas en el norte. En la balanza hay que tener en cuenta este
factor.
Pero
mientras existan enormes diferencias en los niveles de renta, en el
valor de cada moneda y en los derechos sociolaborales entre unos
países y otros, el libre mercado desregularizado provoca el cierre
de empresas y provocará la disminución de derechos en el país más
desarrollado.
Primera
conclusión: los aranceles son necesarios mientras no exista una
armonización mundial de los ingresos económicos, de los derechos
sociales y laborales y una armonización del valor de cambio de las
monedas nacionales. Estos procesos de igualación social y
equiparación mundial son positivos y pueden ocurrir a nivel
planetario, pero no parece que se vayan a dar antes de tres o cuatro
décadas, o en un siglo o nunca, que es básicamente lo mismo.
Mientras estos procesos de armonización económica y de derechos a
nivel mundial no lleguen, los aranceles son necesarios,
imprescindibles, si no queremos hundir las economías nacionales y
locales y con ellas nuestros derechos.
En
un artículo reciente Andrés Villena relataba como el economista
Michael Pettis en su estudio ‘Las guerras comerciales son guerras
de clase’ (ed. Capitán Swing), “ofrece un enfoque y una solución
bien distintos de la propuesta en los debates mayoritarios: China
debe repartir el excedente empresarial de su economía aumentando el
valor de sus pensiones públicas, de los servicios de bienestar, que
aún no son universales, de los salarios y de unas inversiones que se
hacen imprescindibles en un periodo de incertidumbre radical y
transformación industrial forzada por el clima y por otras
amenazas” (Guerras
comerciales que encubren guerras de clase).
-
Las amenazas de Trump con una guerra comercial mundial han provocado
que se prevea una posible recesión económica y el descenso en el
comercio mundial -beneficioso para el medio ambiente-, lo que a su
vez ha provocado una inmediata rebaja en el precio del petróleo. Si
va a haber menos comercio habrá menos demanda de petróleo, lo cual
es bueno para el medioambiente y malo para las empresas petroleras. A
menos demanda la respuesta es bajar los precios para amortiguar lo
anterior: se anima a su consumo al ser más barato -vender más para
mantener los ingresos de las petroleras. Con lo cual volvemos al
mismo punto: los posibles beneficios al medioambiente con la
disminución del comercio mundial se anulan o amortiguan con un
petroleo barato.
4.
Trump
¿idiota, payaso, fanfarrón o astuto inteligente? ¿o todo a la vez?
Según
lo visto en los últimos meses, la mayoría de las izquierdas están
ancladas en un análisis simplista, liberal y cortoplacista de la
guerra comercial arancelaria. Es difícil encontrar análisis que
vayan más allá de decir que los aranceles son malos y Trump malo
malísimo.
Las
guerras, también las comerciales, son malas en sí mismas. Vale, de
acuerdo. Pero profundicemos un poco. La solución no es en absoluto
una zona de libre comercio mundial y/o todos contra USA, como propone
asiduamente el exministro socialista Miguel Sebastián. En este tema,
el consenso entre las derechas y las socialdemocracias nacionales e
internacionales es abrumador.
Decir
que Trump tiene razón en algo puede parecer una provocación.
Acostumbrarse a historias de buenos y malos es lo más fácil para no
profundizar en el análisis. Trump no es ni supervillano ni idiota.
Decir que es fascista, neofascista o posfascista, no va a alejar a
sus seguidores y votantes, al igual que decirlo de Vox no le ha
quitado votos.
Es
cierto que el mundo no estaba preparado, y los más adultos menos lo
estamos, para asumir que el Presidente de la potencia militar y
económica más grande y armada de la historia es un machista
fanfarrón mal hablado, matón de colegio, que insulta a cualquiera,
sea dirigente político o institucional de todo país, sea amigo o
enemigo (me besan el culo, la UE nos estafa…).
Inevitablemente
Donald Trump tiene razón en algunas cosas, como cuando dice que
América, es decir USA, ha venido perdiendo poder económico,
militar, político y cultural en las últimas décadas, sobre todo en
este siglo. Ahora intenta que EEUU recupere poder mundial con
políticas agresivas en todos los frentes, con políticas rupturistas
y sin precedentes en la historia, principalmente en tres ámbitos:
guerra comercial (aranceles y restricciones, un
giro copernicano al comercio mundial y por tanto a la economía),
agresión al medio ambiente (facilitando la extracción de
combustibles fósiles) y rearme a todos los niveles, aumentando la
inestabilidad mundial y en Oriente próximo (Israel no ha dejado de
ser punta de lanza de la penetración del Imperio en Asia) y
reducción de los DDHH también en el interior (racismo, expulsión
de migrantes...). A pesar del previsible aumento puntual de los
ingresos por los aranceles, la
economía estadounidense se sigue basando en un hiperendeudamiento
público y privado muy por encima de sus posibilidades, insostenible
en el largo plazo.
Abundando
en ejemplos, Trump
ha asestado un golpe de muerte a la Organización Mundial del
Comercio (OMC). J.F.
Collin (Viento Sur): “Recordamos
que la OMC nació de la voluntad estadounidense de imponer la
globalización económica al resto del mundo. Después de lograrlo,
los gobiernos estadounidenses demuestran ahora que no tienen
absolutamente nada que ver con esta organización y los tratados que
han impuesto a todos sus socios, que pisotean sin restricciones …
el
capitalismo no es un inocente juego de libre empresa y libre
comercio, sino un sistema depredador de la humanidad y el planeta
guiado por codiciosos. Necesita ser regulado. Siempre lo ha estado y
siempre lo estará. Al menos mientras existan los Estados”.
Luis
Ángel Hierro (en Público.es) profundizaba en esta línea: “Trump
está siguiendo la lógica de organizar la economía norteamericana
para una hipotética guerra global contra China … La política
autárquica es una política de producción no de precios; el
objetivo es tener capacidad de producir, no conseguir los bienes más
baratos. En la lógica de la economía para la guerra son
perfectamente coherentes los aranceles de Trump, ya que los aranceles
lo que pretenden es reducir las compras del exterior, la dependencia
externa, y ampliar la producción nacional”.
5.
Los aranceles son positivos, en su justa medida
Lo
difícil es eso, encontrar la medida justa. Dependerá de cada caso,
pero aranceles a la importación por debajo del 15 o 20% perjudican
gravemente a todas las economías, también a las de la UE, a sus
empresas y a sus trabajadores. Serían admisibles solo sobre algunas
materias primas y productos imprescindibles para la propia producción
nacional o regional. Por encima del 40% ralentizan y paralizarían
buena parte del comercio internacional.
Los
aranceles entre USA y la UE han estado entre el 3 y el 5% durante
décadas. Es una barbaridad que está cambiando y va a cambiar
sustancialmente. Aunque algunos magnates, como Elon Musk y los
accionistas de Amazón o Apple, trabajen para que los aranceles sean
lo más cercano a cero. El
primer ministro británico Keir Starmer ha sido el primero en pactar
pero con un arancel universal del 10% a las exportaciones hacia EEUU
y abriendo el mercado de Reino Unido a la carne de vacuno. Al menos
eso fue lo pactado en abril, cada mes las posiciones han podido
cambiar varias veces.
Es
una de las tácticas de Trump: cambios y giros del guion, crear
incertidumbre constante. Lo cual es malo para los mercados y la
bolsa, los inversiones quieren seguridad. Las tácticas de Trump son
propias de una economía de guerra, provocar miedo entre la población
-así protestará menos- o asustar con una guerra comercial
constante, sabiéndose el más fuerte en el enfrentamiento. Si la
guerra comercial no le sale bien pasará a la otra. A corto plazo es
evidente que provoca malestar e inflación en el mercado interior
norteamericano. Y si la economía va a peor la única forma de
mantener apoyos es la guerra, los llamamientos a unirse frente al
enemigo exterior. No parece que esta vaya a ser la vía, al menos por
ahora. Pero de momento provoca miedo en todos los ámbitos, ese es
uno de sus objetivos.
Buscando
análisis críticos sobre el tema, alejados del discurso hegemónico
del libre comercio, he encontrado algún artículo y posicionamiento
pero cuesta trabajo encontrarlos. Algunos ya los he citado. El
panorama simplista, descriptivo y superficial contra los aranceles,
es mayoritario, aplastante. Posturas críticas al libre comercio son
minoritarias y marginadas en los medios. Esperemos que vayan a más.
Por
ejemplo está la postura de Ecologistas en Acción de Andalucía: “El
confinamiento debido a la COVID puso de manifiesto la vulnerabilidad
que implica la orientación exportadora y la dependencia de
importaciones… Necesitamos
superar el debate entre liberalismo y proteccionismo económico con
un nuevo modelo de producción y comercio con justicia ecosocial
donde los aranceles pueden ser útiles si nos ayudan a relocalizar
diversificando las producciones locales… la
solución -a la guerra comercial trumpista- no es una huida hacia
delante buscando mercados internacionales alternativos para
profundizar la globalización económica con sus nefastas
consecuencias de desigualdad social y destrucción ambiental”
(Aranceles,
¿una oportunidad para reorientar el modelo productivo agrario
andaluz pasando de la exportación a la Soberanía Alimentaria? •
Ecologistas en Acción). Efectivamente,
la solución no está en más globalización o en una nueva
globalización económica total, mientras no exista en todo lo demás.
¿Estamos
en un cambio de ciclo o en el fin de la democracia como la
entendemos?
Terminamos
con la opinión de Josep Ramoneda, un tanto pesimista y que abre
debates para otros análisis “¿En
esta nueva etapa, la democracia seguirá siendo factible? Esa es la
cuestión de fondo ¿Qué significa que los acompañantes de Trump
digan que su libertad es incompatible con la democracia? ¿Debemos
entender que la democracia liberal es una etapa que corresponde a un
periodo determinado y que ahora entramos en otra fase en la que esa
democracia está en fase de extinción? …
En
el capitalismo industrial existía un espacio físico en el que las
partes se encontraban. Y eso ahora está difuminado … el
señor Elon Musk dispone de un poder que no había tenido ningún
otro empresario en el capitalismo”
(https://www.eldiario.es/cultura/josep-ramoneda-elon-musk-dispone-no-habia-tenido-empresario-capitalismo-cat_128_11802598.html).
Artículo publicado íntegramente en:
https://www.elviejotopo.com/topoexpress/aranceles-o-globalizacion-elijan/
Tomás
Alberich Nistal
1
Garcia–Rosales,
C. y Penella, M. (2011): Palabras
para indignados.
Madrid, Mandala Ediciones.