Tomás Alberich Nistal (sociólogo) y Rosa López Fernández (filóloga)
[Artículo publicado íntegramente en la revista: El Viejo Topo – núm. 442 Noviembre 2024]
El lenguaje no es una creación arbitraria de la mente humana, sino un producto social e histórico que influye en nuestra percepción de la realidad. UNESCO1.
Vamos a tratar un tema o temas realmente polémicos, incluso delicados y de muy difícil solución. Una pregunta central del debate podría ser ¿hablar sólo en masculino o solo en femenino es inclusivo?
La propia pregunta precisa de alguna aclaración lingüística. Cuando decimos solo en masculino o en femenino, nos referimos al empleo del cualquiera de ellos como término no marcado que puede abarcar individuos de ambos sexos. Se denomina uso genérico. En este sentido, solo el masculino genérico está firmemente asentado en el sistema gramatical español, como en otras lenguas. El uso del masculino genérico lo es desde un punto de vista formal (por concordancia) y no referencial, igual que ocurre con palabras como persona o víctima cuyo género gramatical femenino no impide que se refiera tanto a personas o víctimas de cualquier sexo. Es decir, no es lo mismo género gramatical que sexo.
Sin embargo, desde el reclamo del lenguaje inclusivo, se objeta que el masculino genérico invisibiliza a la mujer y que por tanto hay que hacer explícita siempre la relación entre género gramatical y sexo. Realizar esto de forma sistemática tiene implicaciones no sólo en el léxico, sino también en la morfología y la sintaxis de nuestra lengua. En estas estrategias se incluye el uso de la desinencia femenina como genérico -todas las palabras terminadas en a. Este uso, al no devenir del propio sistema de la lengua y por tanto no estar asentado, introduce interpretaciones que excluyen a los varones.
Es decir, que nos hayamos aquí en un conflicto entre las necesidades internas de la lengua, la de mantener una estabilidad en las categorías necesarias para garantizar la coherencia y concordancia y estabilidad de la lengua necesarias para la comunicación, y unas necesidades externas: las de adecuarse a las necesidades comunicativas y a las demandas de una parte de la sociedad y de los movimientos sociales, ya que "a pesar de la relativa estabilidad del lenguaje, sobre todo en cuanto a su estructura gramatical, también las categorías pueden admitir cambios para adecuarse a las necesidades comunicativas, expresivas y de automanifestación de los hablantes" (Giammatteo, 2020) 2.
En esta disputa entre las necesidades intrínsecas de la lengua y las necesidades sociales o sociopolíticas, es donde enmarcamos este artículo. Primero vamos a presentar algunas premisas sobre los usos del lenguaje en general y el uso en el ámbito sociopolítico en particular. Después nos centraremos en las consecuencias de utilizar ciertas estrategias en el lenguaje político y plantearemos algunas recomendaciones o sugerencias. Avisamos que no vamos a decantarnos por opciones claras y determinantes. En las propias guías de lenguaje no sexista, como en la de la UNESCO citada, ya se nos indica que para los problemas de la concordancia no es posible proponer soluciones que sean válidas en todos los casos. En el lenguaje, como en la vida misma, las posturas no tienen porque ser siempre blanco o negro. Perdón por el spoiler.
1. Y por aquí empezamos. El lenguaje busca siempre la economía, es comunicación y también eficacia. En el uso común se impondrá la palabra o expresión más “barata”, la más rápida. ¿Por qué se ha popularizado la palabra spoiler? Básicamente porque es más rápido que decir por ejemplo “perdón por revelar el final de este artículo”. Igual ocurre con escribir “OK” y tantas expresiones importadas. En el lenguaje hablado fácilmente diremos “de acuerdo”, pero en el escrito coloquial y mucho más en whatsapps y demás RRSS ponemos ok, y punto. O decir lawfare… para no tener que escribir o decir “judicialización de la política” o, más exactamente, “manipulación de la judicatura con objetivos políticos”.
No nos estamos refiriendo a la extendida manía de poner términos en inglés, cuando los hay en castellano perfectamente equivalentes, abuso que va a más. Siempre que una palabra o concepto se pueda expresar en español es ridículo, o cuanto menos síntoma de empobrecimiento lingüístico, ponerla en inglés. Por mucho que haya quien lo haga para mostrar un falso conocimiento de idiomas o lo moderno que es.
El lenguaje es un organismo vivo que cambia constantemente, tanto como la comunidad de personas que lo hablan. Adopta palabras nuevas constantemente, esto es imparable y además sano. Pero lo hace con algunas reglas, como la de la economía y la eficacia que decíamos antes. Cuando entra una palabra nueva en el sistema lo hace para cubrir un hueco o desplazar a otras que adquieren matices diferentes. Por ejemplo la palabra “machirulo”, cuyo origen es incierto, "aunque podría tratarse de un acrónimo a partir de macho y chulo o macho y pirulo" (FundéuRAE), hoy ya figura recogida en el diccionario de la Real Academia española de la lengua (RAE). La palabra “señoro” no lo está pero suponemos que pronto figurará, aunque sea utilizada solo en sentido irónico o sarcástico.
2. En estos antecedentes del tema a tratar, conviene también recordar que la inclusividad en el lenguaje no tiene que ser solo en el ámbito del género, también debe serlo en todos los ámbitos y grupos sociales. Caso importante es cuando nos referimos a las personas con alguna discapacidad o en el ámbito de la diversidad funcional. Hasta hace bien poco en la misma Constitución Española y en numerosos documentos oficiales, se las citaba como “inválidos”, minusválidos”, “disminuidos” etc., denominaciones que hoy nos resultan insultantes y totalmente rechazables, tanto en el lenguaje escrito como en el hablado, en cualquier ámbito o circunstancia.
Igualmente ocurre para referirnos a personas racializadas o de otros pueblos, como el gitano, que aún en el siglo pasado se citaban como personas de malvivir y a vigilar por las fuerzas policiales o, tercer ámbito, el de personas LGTBI, cuando se las citaba como “degeneradas”, que realizaban acciones pecaminosas, prohibidas etc. El lenguaje para que sea inclusivo debe ser cuidadoso en todos estos ámbitos.
3. En este artículo nos vamos a centrar más directamente en el debate sobre los cambios en el lenguaje con el objetivo de conseguir que sea inclusivo en el ámbito de los géneros masculino y femenino, y de las personas que no se quieren definir respecto del género (no binarias o con otras denominaciones).
Para que el lenguaje sea totalmente inclusivo para hombres y mujeres en castellano se han ido inventado en las últimas décadas diferentes fórmulas. Primero fue la @ para incluir los dos géneros (por ejemplo tod@s incluye a todos y todas). Luego se consideró más fácil y práctico poner una x (todxs). Estas dos estrategias están limitadas al lenguaje escrito, especialmente en comunicados políticos y sociales donde, para abreviar, se elige frente al uso de otras opciones tipográficas como el uso de la /, como en todos/as.
Bastante después se optó por poner una e (todes). Pero hablar y escribir solo con la e también ha derivado hacia el uso solo para las personas no binarias o que no quieren definirse en ninguno de los géneros, ni masculino ni femenino, lo cual añade más confusión.
“Todos los niños, las niñas, les niñes de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo... Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento”. Fue la memorable frase de una ministra (sept.2022) por la forma y el fondo. No vamos a entrar en el fondo. Pero está claro que quien utiliza este nuevo género neutro con la e está mostrando, exhibiendo, que pertenece a un determinado ámbito, más bien reducto, sociopolítico. En el futuro ¿hablaremos todes con la e? Pues no lo creemos. Resulta artificioso, difícil y forzado.
4. El femenino genérico en el ámbito político. El uso de estas fórmulas se ha ido extendiendo pero no ha pasado de ser muy minoritario. Igualmente ocurre con la reciente costumbre de la utilización del femenino como genérico. Por más que se empeñen algunos varones en utilizarlo, cada vez que se oye a un político o a cualquier varón decir “nosotras” la mayoría que le escucha lo identificará automáticamente como miembro de un grupo izquierdista o de una minoría, incluso de una minoría radical. Y, lo que es peor, en primera instancia al oírlo despista a buena parte de la audiencia, con lo cual parte del mensaje que va a continuación y quiere transmitir se pierde.
La lengua solo existe en virtud de un contrato implícito de la comunidad, es necesario que asumamos ciertas normas o acuerdos para interpretar los mensajes. Nada impide transgredir las normas, pero las innovaciones solo pasarán a formar parte de la lengua cuando la recurrencia o sistematicidad necesaria para el proceso interpretativo tenga lugar. Esto es lo que persigue el uso sistemático del femenino inclusivo en las comunicaciones públicas de algunas organizaciones políticas. Lo queramos o no, ese uso sistemático solo se da por algunos hablantes o en situaciones concretas identificadas con cierta ideología, no forman parte de la lengua compartida por todos ni en todas las situaciones. De hecho el uso sistemático del femenino genérico resulta difícil utilizarlo en el lenguaje común, con los amigos o la familia, fuera de la tribuna o del lenguaje oficial, y esto ahonda en la brecha entre uno y otro lenguaje y por extensión, entre la imagen que tenemos de las personas que lo utilizan o no.
Además el femenino genérico, al estar marcado, limita el desplazamiento, es decir, si no estamos viendo el contexto, resulta difícil interpretar si "nosotras" se refiere al género marcado o a un uso genérico. Aún si el contexto está claro, el femenino genérico provoca un extrañamiento que desvía la atención de la misma función comunicativa.
Por último, el femenino genérico introduce interpretaciones que provocan que buena parte de los varones se sientan excluidos. Contra este argumento algunos postulados esgrimen que las mujeres llevan mucho tiempo realizando este esfuerzo interpretativo (¿se trata entonces de revancha o venganza?). La solución a un problema no puede ser crear otro problema.
5.
Diferente recorrido ha tenido la repetición con el desdoblamiento de
géneros: todas y todos, las ciudadanas y los ciudadanos,
trabajadores y trabajadoras... que se ha ido convirtiendo en lo
habitual en cualquier comparecencia pública. Hace dos décadas podía
parecer raro o gracioso cuando empezamos a oír lo de “los vascos y
las vascas…” al lendakari de la época de forma machacona, pero
hoy a nadie extraña. Esta fórmula puede resultar cansina, incluso
agotadora en los discursos pero es la más usada.
Ir doblando el género a lo largo de cada frase crea un efecto agotador. Peor aún inventarse palabras o géneros nuevos, especialmente cuando el genérico incluye la desinencia -e, generando ambigüedades donde antes no las había. El efecto conseguido es ridículo y no es de extrañar que la derecha se mofe de ello. Se ha llegado a decir públicamente aberraciones lingüísticas como “cuerpos y cuerpas”, jóvenes y jóvenas... entre otras lindezas. O extrañezas que provocan rechazo, aun cuando su creación no se apartaría de las reglas que facilita el sistema lingüístico para crear nuevas palabras, como es el caso de miembras.
En literatura, en textos de novelas o poesía, el desdoblamiento resulta inviable. Actualmente en algunos ensayos (de sociología, política,…) ya nos encontramos constantes desdoblamientos, con un efecto cansino. Si cada vez que nos referimos a un grupo poblacional o social tenemos que desdoblar alargamos los textos innecesariamente.
6. Desde hace décadas se han publicado, por diversas administraciones públicas y medios, diferentes recomendaciones para no mantenerse en el uso del masculino como genérico en la lengua española, que es desde el que partimos. En estos manuales se suele recomendar utilizar palabras genéricas para no tener que utilizar las de solo un género. Por ejemplo en el folleto de la UNESCO citado, ya bastante antiguo, en columnas se citan palabras de usos tradicionales y las “posibles soluciones”. En vez de decir el hombre, o los derechos del hombre, se recomienda poner la humanidad, el género humano, los derechos humanos. En vez de decir “hombre de negocios”, poner “los hombres y las mujeres de negocios” o “la gente de negocios”. En vez de “las mujeres de la limpieza” usar “el personal de la limpieza”. Así con múltiples ejemplos muy recomendables.
Pero, por otro lado, la utilización de nombres colectivos o abstractos no sustituyen a nombres de persona: no siempre se puede sustituir niños y niñas por infancia o niñez, porque no son término equivalentes. En ocasiones, se pierden matices y no se gana sino que se pierde en exactitud.
7. Para la RAE ni una sola de todas las fórmulas citadas es admisible. Santiago Muñoz, Director de la RAE: “La posición de la RAE es clara. El desdoblamiento altera la economía del idioma. Y yo añado: y la belleza. Este tipo de variantes la estropean. Es una lengua hermosa y precisa. ¿Por qué tiene que venir usted a estropearla?”. Igualmente desde esta institución se han rechazado el resto de fórmulas planteadas, por considerarlas inadecuadas, con diferentes argumentos. En documento reciente, de 13 febrero de este año, contesta la RAE a la mesa del Congreso de los Diputados: Nota sobre las «Recomendaciones para un uso no sexista del lenguaje en la Administración parlamentaria» (acordadas en la Reunión de la Mesa de las Cortes Generales del 5 de diciembre de 2023): “la recomendación de que se evite la arroba como posible comodín de las vocales -o y -a (l@s parlamentari@s), así como las letras -x (lxs parlamentarixs) y -e (les parlamentaries) en contextos similares. También propone el texto de la Mesa del Congreso (§ II.3) que se evite «el uso de las flexiones de género no recogidas en el Diccionario de la RAE». El mismo texto (§ II.4) recomienda «no abusar de las duplicaciones de género» (los parlamentarios y las parlamentarias). Todo ello supone un avance considerable en relación con algunos textos previos procedentes de la Administración del Estado, lo que constituye, indudablemente, una buena noticia. El punto más conflictivo es la interpretación del llamado «masculino inclusivo», sobre el que persisten discrepancias fundamentales”.
Finalmente el informe concluye “Es más que evidente que cada uno puede expresarse con las fórmulas lingüísticas que libremente elija. En cualquier caso, la RAE ha defendido en sus documentos que no son sexistas muchos usos gramaticales y léxicos del español que las autoridades presentan como tales. Ha sostenido asimismo que no se apoya la igualdad de los hombres y las mujeres de nuestro país pidiendo a los ciudadanos (sean parlamentarios o no) que hagan constantes equilibrios sintácticos, morfológicos y léxicos para evitar opciones lingüísticas que pertenecen a su forma natural de expresarse”.
8. En el lenguaje oficial, legislativo o normativo, concluimos que hay que elegir entre dos males. Utilizar un lenguaje inclusivo pero poco atractivo, con el desdoblamiento de género o sustituido por palabras genéricas, que tienen, en ambos casos, la consecuencia de no ser el lenguaje habitualmente usado por la mayoría. Cuando estás hablando con amistades o la familia casi nadie dice todos y todas, nosotros y nosotras, o población española para no decir ‘españoles y españolas’. Mucho menos se dirá en textos literarios. Por lo tanto, si lo hacemos en el lenguaje de documentos oficiales, se puede considerar que aleja a la población de ese lenguaje y así es señalado también por la RAE. Cuando se lee el BOE puede resultar farragoso y además “aleja” a la población del lenguaje político oficial, lo cual redundaría en un aumento de la brecha entre el mundo político-legislativo y la mayoría social.
El director de la RAE dice: “los juristas, además, somos útiles en la creación de la lengua porque nuestro trabajo consiste en definir situaciones muy inmediatas. Definir es nuestra vida: conceptos, situaciones. Esa es la clave del derecho: la retórica, explicarse bien, con buenas y adecuadas palabras”. Precisamente por este razonamiento no entendemos que se muestren en contra del desdoblamiento o buscar palabras genéricas e inclusivas en las actas del Congreso o en cualquier documento oficial. El lenguaje normativo, que crea derechos y obligaciones, efectivamente debe ser en primer lugar preciso y eficaz. Puede resultar pesado decir “la población residente en Madrid está obligada a…” en vez de “los madrileños están obligados a…”. Pero es más preciso y más inclusivo lo primero que lo segundo. Porque lo 2º: 1, no cita a las madrileñas, 2, puede preguntarse ¿quién es madrileño, el que ha nacido en Madrid, el extranjero que vive en Madrid temporalmente?
Como decíamos, hay que elegir entre dos males: o ser preciso e inclusivo pero con un lenguaje separado del utilizado de forma coloquial, haciendo que a la población el lenguaje oficial le resulte farragoso y difícil; o utilizar un lenguaje sencillo, perdiendo en inclusividad y precisión. Entre estos dos males, nosotros nos inclinamos claramente por elegir la primera opción, ya que pensamos que lo más importante del lenguaje oficial (normas, bandos, lo publicado en los BOE, etc.) es ser preciso y lo más exacto posible, reduciendo al máximo la posibilidad de interpretaciones erróneas y, si además es inclusivo y no sexista, tendrá un valor añadido.
9. Las denominaciones de profesiones y profesionales. Se ha ido popularizando y usando cada vez más la terminación en a para numerosas profesiones. Ya es habitual decir jueza, médica… etc. Aunque aún haya quien, por ejemplo, prefiere escribir “la concejal” en vez de la concejala. Suena tan mal como decir la alcalde en vez de ‘la alcaldesa’. Esto no evita que haya profesiones donde el desdoblamiento es imposible, como: policía, periodista, anestesista, gerente, etc.
En estos aspectos creemos que sí hay un consenso social mayoritario que se va imponiendo. El léxico es más moldeable que la gramática, que afecta al corazón de la lengua, y se adapta más rápidamente a las necesidades sociolingüísticas de los hablantes.
10. Como también anunciábamos, la última moda de utilizar el lenguaje solo en femenino como genérico, identifica solo a una minoría, que es identificada habitualmente como izquierdista o feminista radical. Produce un autoseñalamiento minoritario. Utilizar constantemente el “nosotras” en ruedas de prensa o debates entre representantes políticos, provoca dos efectos, los dos rechazables desde nuestro punto de vista:
a). El “nosotras/os” incide en el discurso del enfrentamiento, de la confrontación: si hay un nosotros/as es porque enfrente hay un ellos o un vosotros. Nosotros somos así, no como vosotros, los otros o los demás… Anima la crispación.
b). Si, además, es solo en femenino, redundará en el discurso habitualmente utilizado por una minoría. Si se desea llegar a la mayoría, si queremos que la mayoría o más gente te vote -se supone-... no utilicemos un lenguaje selecto, ya sea seudointelectual o mini-minoritario.
Se podrá decir que así cambiamos -desde posiciones de liderazgo- el lenguaje positivamente, pero esos cambios serán en todo caso a muy largo plazo. Hoy por hoy son más los problemas que producen que las virtudes que podrían tener, ya que son vistos por la mayoría como una forma artificiosa de imponer un cambio en el lenguaje.
Cuando oímos, por ejemplo en debates electorales entre representantes políticos, decir a una representante de izquierdas “nosotras queremos… nosotras somos partidarias de…”. Sinceramente nos surge una duda: ¿a qué o quienes se refiere?, ¿a las diputadas del grupo en el que está, a las mujeres de su organización política, a su colectivo? El nosotras además de restrictivo desvía la atención de lo principal. Si usted está en ese debate o rueda de prensa en representación de una fuerza política ¿no será más correcto decir: Sumar/Podemos/IU (el nombre que sea) quiere conseguir tal derecho…? Lo útil es nombrar siempre a la fuerza política. El ver a un candidato o candidata, las más de las veces desconocido/a para la mayoría, decir constantemente nosotras aporta la nada. Y redunda, además, en el sectarismo y el lideralismo personalista, no en el liderazgo colectivo. No ayudará a su organización, la está marginando al no nombrarla.
Hemos visto debates donde prácticamente nunca se cita a la organización. Lo cual señala un tercer aspecto: lo importante no son las organizaciones ni los partidos, no es el trabajo colectivo de miles de personas afiliadas, lo importante soy yo y mi estrecho círculo cercano: “nosotras”. Se incide en el tan de moda yoísmo, en una nueva versión, el nosotrosismo.
Acabamos con algunos ejemplos. Creemos que la frase “Sumar defiende el derecho a la vivienda para toda la población”, apela a un público más amplio que decir: “Nosotras defendemos el derecho a la vivienda para todas”, con esta última frase se identificará solo una parte de posibles votantes. Deberíamos diferenciar entre el uso público del lenguaje político cuando queremos llegar a la mayoría y a sumar más votos, del uso del lenguaje interno y coloquial que podemos utilizar dentro de una asociación o colectivo. Otro ejemplo, en el reciente proceso de elección de nueva dirección en IU se presentaron cuatro candidaturas, cada una con un lema o eslogan, todos de carácter general, aludiendo a la defensa de la izquierda, de IU, etc., ninguno con apreciaciones de género menos uno que se proponía como “Arriba las que luchan”. Un error, y “los” que luchan ¿dónde están? ¿Se identificarán con “las” que luchan?
Un último ejemplo. Utilizar en artículos y declaraciones “nosotras” para señalar lo bueno y “ellos” para lo malo. Declaraciones del pasado julio de una ministra, en este caso sobre la persecución de la policía política en tiempos de Rajoy: “nosotras siempre hemos defendido … pero ellos nos han perseguido, etc.”. Pensamos que sería más correcto limitarse a decir que Podemos ha sido perseguido por sus ideas políticas por el Partido Popular. Evitando la utilización de un genérico femenino de forma capciosa, ¿lo femenino es bueno y lo masculino es malo?
Conclusión. Es evidente que existen usos sexistas del lenguaje que hay que evitar y que el feminismo dejará huella en el lenguaje adaptándolo y reflejando una realidad social en la que las mujeres sean cada vez menos discriminadas en la sociedad. Cada uno en nuestro día a día debemos esforzarnos porque así sea. Multitud de guías de diferentes instituciones ofrecen soluciones para utilizar un lenguaje no sexista, tales como el uso de expresiones neutrales en términos de género, cambiar la estructura de la frase, aparte del uso de los pares femeninos y masculinos. La RAE es crítica con la mayoría de estas guías porque parten de la premisa de que el uso del masculino genérico es siempre sexista, lo cual obliga a hacer equilibrios léxicos y sintácticos que a menudo van en detrimento de la claridad y eficacia del lenguaje y que aplicados de forma radical dificultarían el habla.
En el uso del lenguaje inclusivo debe imponerse la racionalidad práctica y utilizar las diferentes herramientas que nos ofrece el lenguaje según el contexto y el uso. No es lo mismo redactar la Constitución, cuyo lenguaje no solamente debe ser preciso sino que tiene un alto valor simbólico, que escribir una novela o charlar con las amistades, siendo conscientes siempre de que en esos equilibrios a veces se escapan matices. Pretender sistemáticamente evitar el masculino genérico genera problemas de concordancia que son imposibles de sistematizar, de solucionar.
Rosa López Fernández y Tomás Alberich Nistal. Septiembre 2024. Artículo publicado en la revista El Viejo Topo, nº 442, noviembre 2024
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1 Documento Recomendaciones para un uso no sexista del lenguaje. Editado por el Servicio de Lenguas y Documentos de la UNESCO. Sin fecha.
2 Giammatteo, Mabel (2020): “El género gramatical en español y la disputa por el género inclusivo”, Cuarenta Naipes, Revista de Cultura y Literatura (Univ. N. de Mar de Plata).