30 de agosto de 2019

ERIK OLIN WRIGHT : Comprender las clases sociales.

Ediciones Akal. Madrid, 2018.

Crítica de libros (publicado en la Revista Sistema, nº254, abril 2019):

El gran sociólogo norteamericano Erik O. Wright nos dejó el pasado 23 de enero. Su obra póstuma en español “Comprender las clases sociales”, es sin duda un libro imprescindible para cualquiera que quiera acercarse a un tema tan discutido, sobre el que llevamos debatiendo un par de siglos.

Erik Olin Wright (1947-2019) ha estado cuatro décadas investigando e indagando, tanto en la teoría como de manera empírica, por qué el estudio de las clases sociales ha sido tan importante para entender la sociedad y lo sigue siendo.

Al poco de su fallecimiento, Jorge Sola resumía acertadamente su vida y obra1:

Tres rasgos definían su visión del marxismo: el compromiso normativo con un ideal emancipatorio democrático-igualitario; el análisis crítico del capitalismo basado en el análisis de clase; y la búsqueda de una alternativa institucionalmente viable a ese sistema que encarnase tales ideales normativos (y a la que tradicionalmente se había llamado “socialismo”). Alentado por el compromiso con ese ideal, produjo el grueso de su trabajo intelectual en estas dos direcciones: la comprensión de las clases sociales y la búsqueda de alternativas al capitalismo”. En cuanto a la primera, el punto de partida de Erik O. Wright era aclarar de qué hablamos cuando hablamos de “clase”. Su respuesta era que la “clase” debía entenderse mejor como un adjetivo que como un sustantivo, pues hace referencia a diferentes fenómenos interconectados: la estructura de clase, los actores políticos de clase, los conflictos de clase o la conciencia de clase.

En la presentación de Comprender las clases sociales (traducción de Ramón Cotarelo, 299 páginas), el editor indica: “No hay concepto, hoy por hoy, tanto en el ámbito de las ciencias sociales como a pie de calle, más controvertido que el de ‘clase social’. No son pocos los teóricos, analistas y políticos que han decretado su muerte en la sociedad actual, mientras que otros insisten en su trascendencia y centralidad a la hora de comprender el capitalismo contemporáneo”.

Encontrar su dimensión explicativa es seguramente uno de los centros del debate. Wright considera desde el principio tres posiciones teóricas básicas: el enfoque de los atributos individuales de la clase, el del acaparamiento de posibilidades y el de la dominación y explotación. “El primer grupo se vincula a la tradición de la estratificación, el segundo a la weberiana y el tercero a la marxista”. Así, “El primero identifica la clase con los atributos y condiciones materiales de vida de los individuos. El segundo se centra en la forma en que las posiciones sociales otorgan a algunas personas un control sobre los recursos económicos de varios tipos, mientras que excluyen a otros. El tercero identifica a la clase ante todo con las formas en que las posiciones económicas dan a algunas personas el control sobre las vidas y las actividades de otras” (pág. 15).

Son tres enfoques que son también tres epistemes, formas diferentes de enfrentarse al análisis teórico de las clases y que Wright desarrolla pormenorizadamente a lo largo de la primera parte de su obra, Marcos de análisis de clases, tratando los desarrollos teóricos de Max Weber, Charles Tilly, Sørensen y Michael Mann en sendos capítulos, siempre comparados con los de Marx. En esta primera parte se recogen artículos ya publicados por el autor desde 1995, el resto de la obra son trabajos de investigación de gran actualidad.
El capítulo II está dedicado a La sombra de la explotación en el análisis de clases de Weber, donde tal vez lo más interesante es la investigación minuciosa de las grandes semejanzas entre el análisis de Marx y el de Weber, planteando que entre los dos clásicos sus diferencias conceptuales son más bien de matiz y de acento, y que evidentemente son mayores entre sus seguidores.

El difícil concepto de “estamento” en Weber es una de las diferencias: “los miembros de una clase se convierten en un estamento cuando adquieren conciencia de compartir una identidad y se convierten en un partido cuando se organizan sobre la base de esa identidad”. Explicación weberiana cercana a la diferenciación marxista entre clase en sí y “clase para sí”.
“Para Weber, los esclavos son un ejemplo concreto de una categoría teórica general -los estamentos- que también incluye grupos étnicos, ocupaciones y otras categorías… Por el contrario, los marxistas verán la esclavitud, en primer lugar, como un ejemplo especial de una categoría teórica general -la clase” (p.65).

“Tanto Marx como Weber consideran la propiedad como la principal fuente de división de clases en el capitalismo”. Wright considera que ambos sociólogos clásicos “sostienen que (1) la ubicación de clase de una persona, definida según su relación con la propiedad afecta sistemáticamente a sus intereses materiales y (2) los intereses materiales así definidos influyen en su comportamiento real” (p.52). En lo que sí hay una diferencia entre Marx y Weber “es en su concepción del problema de la lucha de clases” ya que, aunque los dos consideran que las situaciones de clase moldean “los comportamientos individuales en función de sus intereses materiales”, Marx creía que el capitalismo genera de manera inherente lucha de clases colectivamente organizadas que llevarían a desafíos revolucionarios “mientras que Weber rechaza esa predicción”2.

Charles Tilly, el gran investigador de los movimientos sociales, es analizado en su libro La desigualdad persistente. Según Wright, sus explicaciones funcionales aproximan “el razonamiento general de Tilly mucho más a la lógica esencial del marxismo clásico de lo que él mismo está dispuesto a reconocer”, entre otros motivos porque la explotación es la base argumental central en el marxismo y en la teoría de la desigualdad de categorías de Tilly. Coincidiendo con él en apreciar la fusión de las teorías del individualismo metodológico con el atomismo: “los individualistas metodológicos que procuraron explicar la desigualdad social se enfrentaron hasta ahora a un obstáculo insuperable. Sus mecanismos causales consisten en sucesos mentales: las decisiones. Estos análisis […] fracasan en la medida en que actividades causales esenciales se producen no en la mente de los individuos, sino dentro de relaciones sociales entre personas y conjuntos de personas” (Tilly, La desigualdad persistente, citado por Wright, p. 95). Wright cita a Jon Elster como excepción en esa fusión, para llegar a la conclusión de que lo que distingue al individualismo metodológico no es el rechazo de las relacionales como algo relevante para las explicaciones sociales, sino “la insistencia en la primacía de los análisis de micronivel sobre los de macronivel”.
Tilly elabora un menú de mecanismos generadores de desigualdad que definen las configuraciones sociales básicas como “bloques en construcción”. Cinco de estos mecanismos son: cadena, jerarquía, tríada, organización y par de categorías. “En una de las escasas referencias explícitas a las raíces teóricas de su enfoque, Tilly lo caracteriza como una forma de síntesis de ideas marxistas y weberianas” (p.87).

Como hemos visto antes, y también con otros autores, Wright también considera a Tilly con una estrecha afinidad intelectual con el marxismo clásico. Por ejemplo, al considerar la explotación como punto central de su teoría sobre la desigualdad. O al considerar la cultura y las creencias “en función de las formas en que ayudan a reproducir la desigualdad categorial, pero no como fuerzas autónomas, poderosas y causales por derecho propio”, punto de vista cercano al materialismo de Marx y su teoría sobre la relación entre la base económica y la superestructura ideológica. Aspectos conceptuales en que ambos continúan con un cierto determinismo económico causal que, según otros puntos de vista, sería más propio del marxismo clásico ortodoxo.

Concluye Wright que el individualismo metodológico es micro fundamentalismo o incluso microrreduccionismo (que diría Jon Elster) pero no es atomismo. El individualismo metodológico por lo que está caracterizado no es por rechazar las relaciones sino por la insistencia en la primacía de los análisis de micronivel sobre los de macronivel. Así Wright cita como ejemplo que Tilly realiza un análisis incorrecto “cuando considera que la lógica de sus indagaciones es profundamente individualista y sostiene que [los sociólogos] reducen la desigualdad de género a los atributos de las personas y los procesos causales a actitudes mentales de los actores”.

Por su parte, Sørensen en Hacia una base más sólida para el análisis de clases, considera que los marxistas están en lo cierto al situar la explotación en el centro de los análisis de clases “mucho mayor que su principal rival: la concepción de la clase basada en las ‘condiciones vitales’ materiales”. Pero Sørensen considera que faltan argumentos rigurosos por lo que propone rehabilitar el concepto de explotación identificándolo estrechamente con el concepto económico de renta. Sin embargo, para Wright el concepto de renta no proporciona una base más sólida, incluyendo en este capítulo los debates que han tenido ambos autores, con algunas de las contestaciones que Sørensen dio a los argumentos de Wright y las contrarréplicas posteriores. Lo cual, más allá de la curiosidad histórica de este debate desde la década de los noventa, considero que enmaraña más que clarifica la argumentación principal.

Finalmente, Wright se centra en la distinción entre opresión explotadora y no explotadora. Considera que “la definición de explotación de Sørensen no distingue entre lo que llamo opresión explotadora y no explotadora y, por lo tanto, no capta este sentido fuerte en el que los explotadores dependen de los explotados y los necesitan” (p. 109 -las cursivas que incluyo en las citas siempre están en el original). Como acertado ejemplo Wright cita la opresión de los indios americanos: en América del Norte, al no necesitar los colonos a los nativos americanos, pudieron adoptar una estrategia de genocidio, hasta el punto de acuñar la expresión “el único indio bueno es el indio muerto”. “No hay una expresión comparable en los casos de trabajadores, esclavos u otras clases explotadas”.

En el caso del análisis de Michael Mann, en Las fuentes del poder social, la crítica de Wright se centra en lo restrictivo de su concepción sobre las clases sociales, a las que prácticamente reduce a “actores colectivos organizados”. Para Mann las cuatro fuentes sustantivas del poder social son el poder ideológico, el económico, el militar y el político (Modelo IEMP). La tesis fundamental del materialismo de organización de Mann es que las organizaciones de poder determinan la estructura y la transformación de la sociedad. En este marco materialista de Mann, “las clases no son conjuntos de ubicaciones dentro de relaciones sociales, ni tampoco grupos demográficamente cerrados y económicamente jerarquizados, sino que son un tipo particular de actores colectivos formados en organizaciones que manejan recursos de poder económico” (p.125) Pero, según Wright, no proporciona definición completa alguna de las organizaciones de clase.

Para entender a las clases sociales, Wright analiza las posiciones contradictorias de los actores y sostiene que las personas se sitúan de forma compleja dentro de las relaciones sociales de producción. Hay una diversidad de dimensiones de esta complejidad: complejidad en la forma en que los empleos se sitúan dentro de las relaciones sociales de producción y en la forma en se vinculan; complejidad en los aspectos temporales, en las relaciones de clase a través de la familia y el parentesco, y complejidad en las “posiciones privilegiadas dentro del proceso de explotación”. “La posición objetiva de una persona dentro de las relaciones de clase se determina por la totalidad de estas complejidades. Estas posiciones no son ‘clases’ sino posiciones dentro de unas relaciones de clase estructuradas complejamente”.

Segunda parte. Las clases en el siglo XXI
En el capítulo VI, analiza la reconfiguración del análisis de clases de David Grusky y Kim Weeden. Wright considera que tratan las ocupaciones como microclases en los estudios dirigidos por ambos colegas desde los años noventa: “en reconocimiento de la idea de Durkheim de que la ocupación es la unidad fundamental de la actividad, la solidaridad y los intereses económicos en las economías capitalistas desarrolladas” (p. 140). Según estos autores el concepto clave de las clases es la ocupación, no considerando que se produzca homogeneidad en las “grandes clases” y sí en las microclases derivadas de las ocupaciones. La gente contesta a la pregunta ¿Qué hace usted? Mencionando una ocupación. “En su trabajo empírico, Grusky y Weeden distinguen 126 ocupaciones, pero es la falta de datos la que obliga a limitarse a esta cantidad. En algún momento de su análisis llegan a sugerir que los sociólogos y economistas académicos constituyen dos microclases distintas” (p. 143).
En el capítulo siguiente, VII “Las ambigüedades de la clase en El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty”, Wright analiza la obra seguramente más famosa del presente siglo sobre desigualdad y clases sociales. Como muchos otros investigadores, muestra primero su asombro por la meteórica fama adquirida por el economista francés y el bienvenido éxito de ventas de una obra sobre desigualdad.

Pienso que Piketty realiza una excelente combinación de análisis económico- estadístico y de economía política. La base del éxito es la incuestionable base empírica de sus datos, rigurosos y fruto de trabajos colectivos y multitudinarios, que contribuyeron decididamente a romper el argumentario neoliberal del pensamiento único y del “no hay alternativa”. También fue oportuno el momento de publicación, cuando ya cada vez más investigadores veían que las teorías neoliberales hacían agua por todos lados, y estaban en las raíces, en las causas del fracaso económico de la Gran Recesión.

Como otros autores críticos, Wright considera que es muy de alabar el enciclopédico y bien sustentado análisis de Piketty sobre la evolución de la desigualdad mundial a lo largo del siglo XX, pero que lo es menos en lo que innova sobre el análisis de las clases sociales y, especialmente, sobre lo que podrían ser soluciones y alternativas al lacerante problema de la desigualdad.

Muestra Wright sus contradicciones al, por un lado, evidenciar como Piketty realiza un “sano análisis de clase: el ingreso generado en la producción divide entre clases sociales antagónicas, el capital y el trabajo… Las clases se entienden como relaciones que implican dominación y explotación conectadas sistemáticamente con la producción”. Pero “esta comprensión de la clase como relación desaparece, en gran medida, tras el comienzo del primer capítulo […] Los poseedores del capital reciben un ‘rendimiento del capital’ y no se les describe como explotadores del producto de los trabajadores” (p. 161 y 162). Así, las desigualdades de ingreso son tratadas en su mayor parte como “ingresos del trabajo” con independencia de la forma que tengan, sean salario ordinario, primas u opciones de acciones. Wright señala, acertadamente desde mi punto de vista, que hay que tener en cuenta que “En la empresa moderna, los altos ejecutivos disponen de muchos de los poderes del capital. Esto supone que no cabe describirlos simplemente como ‘trabajo’ dentro de la empresa pero que está mucho mejor pagado. Ocupa lo que llamo posiciones contradictorias dentro de las relaciones de clases, lo que significa que tienen algunos de los poderes de los capitalistas, pero no todos”.

Este proceso de análisis, investigando detenidamente las contradicciones concretas que se dan en el interior de la estructura de clases del capitalismo actual, es seguramente una de las mayores aportaciones conceptuales de Wright.

¿Ha muerto el debate sobre las clases? Es la pregunta que se hace el autor en el cap. VIII “Si las clases fueran irrelevantes ¿qué quedaría del marxismo en cuanto crítica científico-social del capitalismo?” (p.167). Jan Pakulski y Malcom Waters, en “La reformulación y disolución de la clase social en la sociedad avanzada”, defienden que los analistas contemporáneos de clases “crean las clases allí en donde ya no existen como un ente social de significado”. Para estos autores y sus seguidores nos estamos acercando “rápidamente a una sociedad sin clases o, cuando menos, a una sociedad en que la clase ha ‘desparecido’ como categoría explicativa satisfactoria” (p. 168).

Wright, después de analizar las repercusiones sobre los individuos, tanto objetivas como subjetivas, llega a la conclusión de que “desde luego parece prematuro declarar la muerte de las clases. Puede que la clase no sea la causa más poderosa o fundamental de la organización social y que la lucha de clases no sea la fuerza más poderosa hoy en el mundo”. Lo cual ya es mucho admitir para un marxista, pero que desde luego “la primacía de clase” como principio explicativo “es algo implausible”. Para a continuación reordenar y cargar con nuevos argumentos: “los límites de clase, especialmente el límite de la propiedad, siguen siendo obstáculos reales en la vida de la gente, las desigualdades en la distribución de los activos del capital siguen teniendo consecuencias reales para los intereses materiales…. Y la clase sigue teniendo un impacto real, aunque variable, en las subjetividades individuales” (p. 185). Por lo que concluye que Pakulski y Waters parecen confundir la creciente complejidad de las relaciones de clase en las sociedades actuales “con la disolución de las clases sin más”.

Eso sí, es preciso añadir al análisis de clases una diversidad de formas de complejidad. Como decíamos antes, aquí es seguramente donde Wright innova más:
  • La clase media se debe tratar como ubicación contradictoria dentro de las relaciones de clase.
  • La ubicación de las personas dentro de la estructura de clase no es solamente en función de sus puestos de trabajo (ubicación directa) sino en función de las formas familiares.
  • Las ubicaciones son temporales, por las formas en que se organizan las carreras (estudios profesionales).
  • Y, finalmente, la difusión de la propiedad genuina de activos de capital entre los empleados, aunque limitada, genera una complejidad adicional en las estructuras de clase (ubicaciones gerenciales…). Lo que constituye una forma especial de “ubicación contradictoria dentro de las relaciones de clase” (p. 186).
El precariado ¿es una clase? los argumentos a favor de Guy Standing (cap. IX).
Sobre la base de tres dimensiones de relaciones -de producción, distribución y relaciones con le Estado- Standing identifica siete clases en las sociedades capitalistas contemporáneas: la élite o plutocracia; los altos directivos o ejecutivos; los profitécnicos (suma de profesionales y técnicos); la vieja clase obrera nuclear (proletariado); el precariado; los desempleados; el lumpen-precariado (o “subclase”). Wright critica que deje fuera a grupos tan amplios como los empleados de cuello blanco con empleo estable en el sector público o privado. Pero considero que tampoco aparecen otras, alguna de ellas fundamental: ¿dónde se ubican los tradicionales empresarios, dueños de comercios, pequeñas empresas, etc.?
Wright en parte disculpa a Standing al indicar que su objetivo es centrarse en el análisis y características del precariado y su diferenciación con la clase obrera tradicional. Pero tampoco nos encaja la clase social de “desempleados” ya que dentro de esta estarían desde altos profesionales/ejecutivos eventualmente parados hasta autónomos y, aún más, precarios/obreros no cualificados en el paro provisional o de larga duración o, según la edad o discapacidad, sin perspectiva de empleabilidad.

Lo cual no quita que evidentemente “no hay duda de que la precariedad, conjuntamente con otros factores, se ha incrementado como condición de vida en los países capitalistas desarrollados” (p. 194). El debate está en si consideramos al precariado como una nueva clase social, aunque sea en formación, diferente de la obrera tradicional, o es solo una parte de esta. Standing considera que sí, que hay suficientes argumentos para considerarlo una clase social que está haciéndose. Wright considera que no, que son insuficientes.

Todo depende, como siempre, de las definiciones. De si volvemos al debate sobre si solo consideramos las “grandes clases sociales” (capitalistas y proletariado y, como mucho la clase media), o si también existen las microclases o clases intermedias. Desde este otro punto de vista sería mejor considerar tres grandes bloques sociales, en los que habitan un conjunto variado de diferentes clases. La oligarquía, las clases medias trabajadoras y, en el inferior, el de la exclusión social, tendríamos al precariado y a la población estructuralmente empobrecida3.

Finalmente, después de la crítica, de forma positiva y pragmática Wright considera “¿y qué? ¿a quién le importa? La importancia de la precariedad como parte de las condiciones vitales de millones de personas en el mundo hoy no depende de si esas personas pueden considerarse como pertenecientes a una clase en concreto. Lo que importa es la realidad de la condición en que se encuentran y qué pueda hacerse al respecto. También es cierto que, en determinados contextos retóricos, llamar clase al precariado puede ser útil como forma de legitimar y consolidar un programa de acción.” (p. 205). La grandeza de Wright radica también en esto: si algo sirve a la población y a un cambio social justo, bienvenido sea, aunque no aporte mucho al saber académico.


Tercera parte. Lucha y compromiso de clases.
La última parte del libro la dedica Wright al análisis de propuestas de acción y de cambios en la actualidad, principalmente a lo que denomina sociedades capitalistas desarrollas, en línea de sus anteriores trabajos compilados en la obra Construyendo utopías reales, del que extrae algunas partes, como bien indica. Del análisis sobre las clases sociales pasa a la aplicación práctica de los conceptos, en la búsqueda de un cambio de sociedad, ubicado en el mundo de la globalización y la financiarización.

Con Wolfang Streeck muestra que el rendimiento de una economía de mercado aumenta allí donde existen restricciones socialmente admitidas al interés egoísta y la acción económica interesada. Las restricciones aumentan el rendimiento económico, en contra de la opinión liberal (ya sea ultra o neo), pero hasta un cierto punto, a partir del cual el exceso de regulación institucional y de excesivas normativas sí hará disminuir el rendimiento económico del mercado. Se trataría por tanto de buscar ese punto medio de la sabiduría económica, mercado flexible pero regulado.

Por otra parte, Wright utiliza diferentes estudios empíricos para mostrar que el ascenso en los derechos de la clase obrera no necesariamente reduce las ganancias de la clase capitalista, antes bien, se puede dar una evolución positiva: no es un juego de suma cero, todos pueden ganar: “un juego en el que ambas partes pueden mejorar su posición mediante varias formas de cooperación mutua y activa. Podemos llamar a este resultado un ‘compromiso positivo de clase’” (p.220). Lo que Wright defiende es la conveniencia de llegar a compromisos o, mejor expresado desde mi punto de vista, conseguir acuerdos positivos entre diferentes clases, (ya que “compromiso de clase” se ha utilizado también para referirse al compromiso de una persona con su propia clase).

Llegados a este punto (penúltimo capítulo) realiza una afirmación un tanto asombrosa, vista su trayectoria y los análisis citados: “Mi premisa es que, en la medida en que el capitalismo es la única forma que hay de organizar, de un modo u otro, la economía, un compromiso positivo de clase -si puede conseguirse- supondrá, en general el contexto más ventajoso para la mejora de los intereses materiales y las circunstancias vitales de la gente normal” (p. 220).
Afirmación afortunadamente matizada en el último capítulo, donde indica literalmente: “una salida del capitalismo no es una opción en el periodo histórico actual. Ello no se debe a reparo alguno acerca de si es o no deseable romper con el capitalismo como sistema económico sino a causa de la convicción de la imposibilidad de cualquier tipo de estrategia viable de ruptura” (p. 280). Recogiendo la tesis de Przeworski sobre la imposibilidad del cambio democrático electoral a un sistema socialista. Para a continuación plantear “La cuestión es: vivir en el capitalismo, pero ¿en qué condiciones y bajo qué forma?”. Recuerda que, como ha señalado en otras obras, realmente en la actualidad “todas las economías son híbridos de diferentes tipos de relaciones económicas… las economías capitalistas contemporáneas deben considerarse como híbridos de estructuras capitalistas, estatistas y socialistas”. Aunque, eso sí, el componente capitalista es “dominante”.

Explorando diferentes estrategias transformadoras y terminando la obra con un breve repaso a algunas alternativas no capitalistas, “aspectos no capitalistas del híbrido económico estructural”; en el que estarían: las Cooperativas de trabajadores, entre las que cita a la Corporación Cooperativa Mondragón como el mejor ejemplo internacional exitoso; los planes de propiedad de activos de los empleados, (PPAE) empresas en que lo empleados poseen una parte de las acciones, que puede llegar a ser el 100% en algunos casos; La economía social, considerando restrictivamente solo a la de organizaciones sin ánimo de lucro, y, finalmente, las finanzas solidarias, cuando sindicatos u otras organizaciones gestionan fondos de pensiones para sus miembros. Este capítulo final resulta escaso y excesivamente esquemático o reduccionista, ya que, por ejemplo, la economía social es, al menos en el mundo europeo, mucho más amplia de lo citado por Wright, tanto conceptualmente como cuantitativamente e incluye a su vez el cooperativismo en sus diferentes formas. Tampoco cita a la banca ética y otras formas más amplias y alternativas de producción y consumo.
La reflexión final con la que se cierra el libro: “la izquierda debería empezar a pensar seriamente acerca de la deseabilidad y la posibilidad de ampliar el espacio para las alternativas no capitalistas dentro de las economías capitalistas” suena así un poco rara, debería empezar a pensar: más bien diríamos que si hay alguna izquierda que aún no lo ha hecho nos tememos que, al menos de momento, ha perdido el tren de la historia.
Tenemos así, en conclusión, una obra especialmente ambiciosa y de actualidad. Que se atreve a tratar con rigurosidad, en la misma obra, la crítica conceptual del análisis de clases desde una perspectiva marxista, que abarca desde Weber hasta los autores más recientes y famosos, como Piketty. Su orden de exposición es admirable. En definitiva, siendo un tema tan complejo, nos ayuda a comprender las clases sociales, incluso para los neófitos en el tema. A modo de abstract, cada capítulo es presentado al principio con una exposición clara de cuáles son los objetivos y cuál va a ser el orden de exposición en el capítulo y algunas de las conclusiones que se relatarán. No es corriente hoy día un relato tan limpio, el que un ensayo, sin ser un manual, esté tan bien estructurado y claro en su exposición.
Tomás Alberich


2 Sobre estos conceptos y especialmente el paso de la clase en sí a la clase para sí, y por lo tanto a la acción colectica organizada, ver la obra de José F. Tezanos (2013): La sociedad dividida. Estructuras de clases y desigualdades en las sociedades tecnológicas. Madrid, Biblioteca Nueva Siglo XXI.

3 Alberich, T. y Amezcua, T. (2017): “Desigualdad, clases sociales y sociedad de los tres tercios” SISTEMA Revista de Ciencias Sociales nº 245. Madrid, Editorial Fundación Sistema.

2 comentarios:

  1. Saludos desde Brasil! tú postaje me llega justo mientras estoy en unos estudios oportunizados por la Universidad de Glasgow, en EAD, sobre la clansia en Gran Bretaña que pone en tema todo lo que se pueda pensar sobre clases sociales y "economía" en aquél entonces. A nosotros, en Porto Alegre, no ha llegado en tiempos recientes las contribuciones de Sueley Rolnik e Félix Guatari que se contraponen a la resistencia en aceptar la supremacía del micro sobre el macro. Justo al revés, en 1982 (un años después de se haber creado el Partido de los Trabajadores), Guatarri se dedicaba a entrevistar Lula da Silva, y en 1986 escribía con Rolnik, basado en una praxis vivenciada en nuestro país, "Micropolítica: cartografias do desejo". Su pensamiento sobre la organización del poder era post-estruturalista. Tuviera él acerto o no, por aquí seguimos amando Weber y discutiendo Marx. Ahora mismo, también, lamentamos que no sea más posible discutir éstos temas com Wright, sino dedicarmonos al análisis comparado de su obra. Sin embargo, hace algo como dos años, estuvo Rolnik en un Seminario sobre Curadoría de Arte en que estaban también presentes investigadores del tema de Portugal y otros, para decirnos de la importancia del socialismo libertario (?!) en el acercamiento de la historiografía del arte latino americana, que, teóricamente, busca una vertiente entre el tropicalismo y el pictórico. Qué resulta ser clase, en el campo teórico que se quiera hacer de si mismo macro y no micro sigue siendo, opino yo, casi un enigma a ser resuelto con la contribución de muchos ...

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  2. Se puede ver como un desarrollo de las ideas de este autor al marxismo hegeliano de Carlos Pérez Soto, aunque incorpora muchas más ideas e influencias
    https://parafernaliasmatematicas.blogspot.com/2022/09/un-nuevo-instrumento-para-comprender-la.html
    https://parafernaliasmatematicas.blogspot.com/2022/08/el-marxismo-hegeliano-de-carlos-perez.html
    Espero que sirvan estas referencias a los lectores/as interesados en estos temas

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