Crítica de libros (publicado en la Revista Sistema, nº254,
abril 2019):
El gran sociólogo norteamericano Erik O. Wright nos dejó el
pasado 23 de enero. Su obra póstuma en español “Comprender las
clases sociales”, es sin duda un libro imprescindible para
cualquiera que quiera acercarse a un tema tan discutido, sobre el que
llevamos debatiendo un par de siglos.
Erik Olin Wright (1947-2019) ha estado cuatro décadas
investigando e indagando, tanto en la teoría como de manera
empírica, por qué el estudio de las clases sociales ha sido tan
importante para entender la sociedad y lo sigue siendo.
Al poco de su fallecimiento, Jorge Sola resumía acertadamente su
vida y obra1:
Tres
rasgos definían su visión del marxismo: el compromiso normativo con
un ideal emancipatorio democrático-igualitario; el análisis crítico
del capitalismo basado en el análisis de clase; y la búsqueda de
una alternativa institucionalmente viable a ese sistema que encarnase
tales ideales normativos (y a la que tradicionalmente se había
llamado “socialismo”). Alentado por el compromiso con ese ideal,
produjo el grueso de su trabajo intelectual en estas dos direcciones:
la comprensión de las clases sociales y la búsqueda de alternativas
al capitalismo”.
En cuanto a la
primera, el punto de partida de Erik O. Wright era aclarar de qué
hablamos cuando hablamos de “clase”. Su respuesta era que la
“clase” debía entenderse mejor como un adjetivo que como un
sustantivo, pues hace referencia a diferentes fenómenos
interconectados: la estructura de
clase, los actores
políticos de
clase, los
conflictos de
clase o la
conciencia de
clase.
En la presentación de Comprender
las clases sociales (traducción de Ramón Cotarelo, 299
páginas), el editor indica: “No hay concepto, hoy por hoy, tanto
en el ámbito de las ciencias sociales como a pie de calle, más
controvertido que el de ‘clase social’. No son pocos los
teóricos, analistas y políticos que han decretado su muerte en la
sociedad actual, mientras que otros insisten en su trascendencia y
centralidad a la hora de comprender el capitalismo contemporáneo”.
Encontrar su dimensión explicativa es
seguramente uno de los centros del debate. Wright considera desde el
principio tres posiciones teóricas básicas: el enfoque de los
atributos individuales de la clase, el del acaparamiento de
posibilidades y el de la dominación y explotación. “El primer
grupo se vincula a la tradición de la estratificación, el segundo a
la weberiana y el tercero a la marxista”. Así, “El primero
identifica la clase con los atributos y condiciones materiales de
vida de los individuos. El segundo se centra en la forma en que las
posiciones sociales otorgan a algunas personas un control sobre los
recursos económicos de varios tipos, mientras que excluyen a otros.
El tercero identifica a la clase ante todo con las formas en que las
posiciones económicas dan a algunas personas el control sobre las
vidas y las actividades de otras” (pág. 15).
Son tres enfoques que son también tres
epistemes, formas diferentes de enfrentarse al análisis teórico de
las clases y que Wright desarrolla pormenorizadamente a lo largo de
la primera parte de su obra, Marcos de análisis de clases,
tratando los desarrollos teóricos de Max Weber, Charles Tilly,
Sørensen y Michael Mann en sendos capítulos, siempre comparados con
los de Marx. En esta primera parte se recogen artículos ya
publicados por el autor desde 1995, el resto de la obra son trabajos
de investigación de gran actualidad.
El capítulo II está dedicado a La
sombra de la explotación en el análisis de clases de Weber,
donde tal vez lo más interesante es la investigación minuciosa de
las grandes semejanzas entre el análisis de Marx y el de Weber,
planteando que entre los dos clásicos sus diferencias conceptuales
son más bien de matiz y de acento, y que evidentemente son mayores
entre sus seguidores.
El difícil concepto de “estamento”
en Weber es una de las diferencias: “los miembros de una clase se
convierten en un estamento cuando adquieren conciencia de compartir
una identidad y se convierten en un partido cuando se organizan
sobre la base de esa identidad”. Explicación weberiana cercana a
la diferenciación marxista entre clase en sí y “clase para sí”.
“Para Weber, los esclavos son un
ejemplo concreto de una categoría teórica general -los estamentos-
que también incluye grupos étnicos, ocupaciones y otras categorías…
Por el contrario, los marxistas verán la esclavitud, en primer
lugar, como un ejemplo especial de una categoría teórica general
-la clase” (p.65).
“Tanto Marx como Weber consideran la
propiedad como la principal fuente de división de clases en el
capitalismo”. Wright considera que ambos sociólogos clásicos
“sostienen que (1) la ubicación de clase de una persona, definida
según su relación con la propiedad afecta sistemáticamente a sus
intereses materiales y (2) los intereses materiales así definidos
influyen en su comportamiento real” (p.52). En lo que sí hay una
diferencia entre Marx y Weber “es en su concepción del problema de
la lucha de clases” ya que, aunque los dos consideran que las
situaciones de clase moldean “los comportamientos individuales en
función de sus intereses materiales”, Marx creía que el
capitalismo genera de manera inherente lucha de clases colectivamente
organizadas que llevarían a desafíos revolucionarios “mientras
que Weber rechaza esa predicción”2.
Charles Tilly,
el gran investigador de los movimientos sociales, es analizado en su
libro La desigualdad persistente. Según Wright, sus
explicaciones funcionales aproximan “el razonamiento general de
Tilly mucho más a la lógica esencial del marxismo clásico de lo
que él mismo está dispuesto a reconocer”, entre otros motivos
porque la explotación es la base argumental central en el marxismo y
en la teoría de la desigualdad de categorías de Tilly. Coincidiendo
con él en apreciar la fusión de las teorías del individualismo
metodológico con el atomismo: “los individualistas metodológicos
que procuraron explicar la desigualdad social se enfrentaron hasta
ahora a un obstáculo insuperable. Sus mecanismos causales consisten
en sucesos mentales: las decisiones. Estos análisis […] fracasan
en la medida en que actividades causales esenciales se producen no en
la mente de los individuos, sino dentro de relaciones sociales entre
personas y conjuntos de personas” (Tilly, La desigualdad
persistente, citado por Wright, p. 95). Wright cita a Jon Elster
como excepción en esa fusión, para llegar a la conclusión de que
lo que distingue al individualismo metodológico no es el rechazo de
las relacionales como algo relevante para las explicaciones sociales,
sino “la insistencia en la primacía de los análisis de micronivel
sobre los de macronivel”.
Tilly elabora un menú de mecanismos
generadores de desigualdad que definen las configuraciones sociales
básicas como “bloques en construcción”. Cinco de estos
mecanismos son: cadena, jerarquía, tríada, organización y par de
categorías. “En una de las escasas referencias explícitas a las
raíces teóricas de su enfoque, Tilly lo caracteriza como una forma
de síntesis de ideas marxistas y weberianas” (p.87).
Como hemos visto antes, y también con
otros autores, Wright también considera a Tilly con una estrecha
afinidad intelectual con el marxismo clásico. Por ejemplo, al
considerar la explotación como punto central de su teoría sobre la
desigualdad. O al considerar la cultura y las creencias “en función
de las formas en que ayudan a reproducir la desigualdad categorial,
pero no como fuerzas autónomas, poderosas y causales por derecho
propio”, punto de vista cercano al materialismo de Marx y su teoría
sobre la relación entre la base económica y la superestructura
ideológica. Aspectos conceptuales en que ambos continúan con un
cierto determinismo económico causal que, según otros puntos de
vista, sería más propio del marxismo clásico ortodoxo.
Concluye Wright que el individualismo
metodológico es micro fundamentalismo o incluso microrreduccionismo
(que diría Jon Elster) pero no es atomismo. El individualismo
metodológico por lo que está caracterizado no es por rechazar las
relaciones sino por la insistencia en la primacía de los análisis
de micronivel sobre los de macronivel. Así Wright cita como ejemplo
que Tilly realiza un análisis incorrecto “cuando considera que la
lógica de sus indagaciones es profundamente individualista y
sostiene que [los sociólogos] reducen la desigualdad de género a
los atributos de las personas y los procesos causales a actitudes
mentales de los actores”.
Por su parte, Sørensen en Hacia una
base más sólida para el análisis de clases, considera que los
marxistas están en lo cierto al situar la explotación en el centro
de los análisis de clases “mucho mayor que su principal rival: la
concepción de la clase basada en las ‘condiciones vitales’
materiales”. Pero Sørensen considera que faltan argumentos
rigurosos por lo que propone rehabilitar el concepto de explotación
identificándolo estrechamente con el concepto económico de renta.
Sin embargo, para Wright el concepto de renta no proporciona una base
más sólida, incluyendo en este capítulo los debates que han tenido
ambos autores, con algunas de las contestaciones que Sørensen dio a
los argumentos de Wright y las contrarréplicas posteriores. Lo cual,
más allá de la curiosidad histórica de este debate desde la década
de los noventa, considero que enmaraña más que clarifica la
argumentación principal.
Finalmente, Wright se centra en la
distinción entre opresión explotadora y no explotadora. Considera
que “la definición de explotación de Sørensen no distingue entre
lo que llamo opresión explotadora y no explotadora y, por lo tanto,
no capta este sentido fuerte en el que los explotadores dependen
de los explotados y los necesitan” (p. 109 -las cursivas que
incluyo en las citas siempre están en el original). Como acertado
ejemplo Wright cita la opresión de los indios americanos: en América
del Norte, al no necesitar los colonos a los nativos americanos,
pudieron adoptar una estrategia de genocidio, hasta el punto de
acuñar la expresión “el único indio bueno es el indio muerto”.
“No hay una expresión comparable en los casos de trabajadores,
esclavos u otras clases explotadas”.
En el caso del análisis de Michael
Mann, en Las fuentes del poder social, la crítica de Wright
se centra en lo restrictivo de su concepción sobre las clases
sociales, a las que prácticamente reduce a “actores colectivos
organizados”. Para Mann las cuatro fuentes sustantivas del poder
social son el poder ideológico, el económico, el militar y el
político (Modelo IEMP). La tesis fundamental del materialismo de
organización de Mann es que las organizaciones de poder determinan
la estructura y la transformación de la sociedad. En este marco
materialista de Mann, “las clases no son conjuntos de ubicaciones
dentro de relaciones sociales, ni tampoco grupos demográficamente
cerrados y económicamente jerarquizados, sino que son un tipo
particular de actores colectivos formados en organizaciones que
manejan recursos de poder económico” (p.125) Pero, según Wright,
no proporciona definición completa alguna de las organizaciones de
clase.
Para entender a las clases sociales,
Wright analiza las posiciones contradictorias de los actores y
sostiene que las personas se sitúan de forma compleja dentro de las
relaciones sociales de producción. Hay una diversidad de dimensiones
de esta complejidad: complejidad en la forma en que los empleos se
sitúan dentro de las relaciones sociales de producción y en la
forma en se vinculan; complejidad en los aspectos temporales, en las
relaciones de clase a través de la familia y el parentesco, y
complejidad en las “posiciones privilegiadas dentro del proceso de
explotación”. “La posición objetiva de una persona dentro de
las relaciones de clase se determina por la totalidad de estas
complejidades. Estas posiciones no son ‘clases’ sino posiciones
dentro de unas relaciones de clase estructuradas complejamente”.
Segunda parte. Las clases en el
siglo XXI
En el capítulo VI, analiza la
reconfiguración del análisis de clases de David Grusky y Kim
Weeden. Wright considera que tratan las ocupaciones como microclases
en los estudios dirigidos por ambos colegas desde los años noventa:
“en reconocimiento de la idea de Durkheim de que la ocupación es
la unidad fundamental de la actividad, la solidaridad y los intereses
económicos en las economías capitalistas desarrolladas” (p. 140).
Según estos autores el concepto clave de las clases es la ocupación,
no considerando que se produzca homogeneidad en las “grandes
clases” y sí en las microclases derivadas de las ocupaciones. La
gente contesta a la pregunta ¿Qué hace usted? Mencionando una
ocupación. “En su trabajo empírico, Grusky y Weeden distinguen
126 ocupaciones, pero es la falta de datos la que obliga a limitarse
a esta cantidad. En algún momento de su análisis llegan a sugerir
que los sociólogos y economistas académicos constituyen dos
microclases distintas” (p. 143).
En el capítulo siguiente, VII “Las
ambigüedades de la clase en El capital en el siglo XXI de
Thomas Piketty”, Wright analiza la obra seguramente más famosa del
presente siglo sobre desigualdad y clases sociales. Como muchos otros
investigadores, muestra primero su asombro por la meteórica fama
adquirida por el economista francés y el bienvenido éxito de ventas
de una obra sobre desigualdad.
Pienso que Piketty realiza una
excelente combinación de análisis económico- estadístico y de
economía política. La base del éxito es la incuestionable base
empírica de sus datos, rigurosos y fruto de trabajos colectivos y
multitudinarios, que contribuyeron decididamente a romper el
argumentario neoliberal del pensamiento único y del “no hay
alternativa”. También fue oportuno el momento de publicación,
cuando ya cada vez más investigadores veían que las teorías
neoliberales hacían agua por todos lados, y estaban en las raíces,
en las causas del fracaso económico de la Gran Recesión.
Como otros autores críticos, Wright
considera que es muy de alabar el enciclopédico y bien sustentado
análisis de Piketty sobre la evolución de la desigualdad mundial a
lo largo del siglo XX, pero que lo es menos en lo que innova sobre el
análisis de las clases sociales y, especialmente, sobre lo que
podrían ser soluciones y alternativas al lacerante problema de la
desigualdad.
Muestra Wright sus contradicciones al,
por un lado, evidenciar como Piketty realiza un “sano análisis de
clase: el ingreso generado en la producción divide entre clases
sociales antagónicas, el capital y el trabajo… Las clases se
entienden como relaciones que implican dominación y explotación
conectadas sistemáticamente con la producción”. Pero “esta
comprensión de la clase como relación desaparece, en gran medida,
tras el comienzo del primer capítulo […] Los poseedores del
capital reciben un ‘rendimiento del capital’ y no se les describe
como explotadores del producto de los trabajadores” (p. 161 y 162).
Así, las desigualdades de ingreso son tratadas en su mayor parte
como “ingresos del trabajo” con independencia de la forma que
tengan, sean salario ordinario, primas u opciones de acciones. Wright
señala, acertadamente desde mi punto de vista, que hay que tener en
cuenta que “En la empresa moderna, los altos ejecutivos disponen de
muchos de los poderes del capital. Esto supone que no cabe
describirlos simplemente como ‘trabajo’ dentro de la empresa pero
que está mucho mejor pagado. Ocupa lo que llamo posiciones
contradictorias dentro de las relaciones de clases, lo que significa
que tienen algunos de los poderes de los capitalistas, pero no
todos”.
Este proceso de análisis, investigando
detenidamente las contradicciones concretas que se dan en el interior
de la estructura de clases del capitalismo actual, es seguramente una
de las mayores aportaciones conceptuales de Wright.
¿Ha muerto el debate sobre las clases?
Es la pregunta que se hace el autor en el cap. VIII “Si las clases
fueran irrelevantes ¿qué quedaría del marxismo en cuanto crítica
científico-social del capitalismo?” (p.167). Jan Pakulski y Malcom
Waters, en “La reformulación y disolución de la clase social en
la sociedad avanzada”, defienden que los analistas contemporáneos
de clases “crean las clases allí en donde ya no existen como un
ente social de significado”. Para estos autores y sus seguidores
nos estamos acercando “rápidamente a una sociedad sin clases o,
cuando menos, a una sociedad en que la clase ha ‘desparecido’
como categoría explicativa satisfactoria” (p. 168).
Wright, después de analizar las
repercusiones sobre los individuos, tanto objetivas como subjetivas,
llega a la conclusión de que “desde luego parece prematuro
declarar la muerte de las clases. Puede que la clase no sea la causa
más poderosa o fundamental de la organización social y que la lucha
de clases no sea la fuerza más poderosa hoy en el mundo”. Lo cual
ya es mucho admitir para un marxista, pero que desde luego “la
primacía de clase” como principio explicativo “es algo
implausible”. Para a continuación reordenar y cargar con nuevos
argumentos: “los límites de clase, especialmente el límite de la
propiedad, siguen siendo obstáculos reales en la vida de la gente,
las desigualdades en la distribución de los activos del capital
siguen teniendo consecuencias reales para los intereses materiales….
Y la clase sigue teniendo un impacto real, aunque variable, en las
subjetividades individuales” (p. 185). Por lo que concluye que
Pakulski y Waters parecen confundir la creciente complejidad de
las relaciones de clase en las sociedades actuales “con la
disolución de las clases sin más”.
Eso sí, es preciso añadir al análisis
de clases una diversidad de formas de complejidad. Como decíamos
antes, aquí es seguramente donde Wright innova más:
- La clase media se debe tratar como ubicación contradictoria dentro de las relaciones de clase.
- La ubicación de las personas dentro de la estructura de clase no es solamente en función de sus puestos de trabajo (ubicación directa) sino en función de las formas familiares.
- Las ubicaciones son temporales, por las formas en que se organizan las carreras (estudios profesionales).
- Y, finalmente, la difusión de la propiedad genuina de activos de capital entre los empleados, aunque limitada, genera una complejidad adicional en las estructuras de clase (ubicaciones gerenciales…). Lo que constituye una forma especial de “ubicación contradictoria dentro de las relaciones de clase” (p. 186).
El precariado ¿es una clase? los
argumentos a favor de Guy Standing (cap. IX).
Sobre la base de tres dimensiones de
relaciones -de producción, distribución y relaciones con le Estado-
Standing identifica siete clases en las sociedades capitalistas
contemporáneas: la élite o plutocracia; los altos directivos o
ejecutivos; los profitécnicos (suma de profesionales y técnicos);
la vieja clase obrera nuclear (proletariado); el precariado; los
desempleados; el lumpen-precariado (o “subclase”). Wright critica
que deje fuera a grupos tan amplios como los empleados de cuello
blanco con empleo estable en el sector público o privado. Pero
considero que tampoco aparecen otras, alguna de ellas fundamental:
¿dónde se ubican los tradicionales empresarios, dueños de
comercios, pequeñas empresas, etc.?
Wright en parte disculpa a Standing al
indicar que su objetivo es centrarse en el análisis y
características del precariado y su diferenciación con la clase
obrera tradicional. Pero tampoco nos encaja la clase social de
“desempleados” ya que dentro de esta estarían desde altos
profesionales/ejecutivos eventualmente parados hasta autónomos y,
aún más, precarios/obreros no cualificados en el paro provisional o
de larga duración o, según la edad o discapacidad, sin perspectiva
de empleabilidad.
Lo cual no quita que evidentemente “no
hay duda de que la precariedad, conjuntamente con otros factores, se
ha incrementado como condición de vida en los países capitalistas
desarrollados” (p. 194). El debate está en si consideramos al
precariado como una nueva clase social, aunque sea en formación,
diferente de la obrera tradicional, o es solo una parte de esta.
Standing considera que sí, que hay suficientes argumentos para
considerarlo una clase social que está haciéndose. Wright
considera que no, que son insuficientes.
Todo depende, como siempre, de las
definiciones. De si volvemos al debate sobre si solo consideramos las
“grandes clases sociales” (capitalistas y proletariado y, como
mucho la clase media), o si también existen las microclases o clases
intermedias. Desde este otro punto de vista sería mejor considerar
tres grandes bloques sociales, en los que habitan un conjunto variado
de diferentes clases. La oligarquía, las clases medias trabajadoras
y, en el inferior, el de la exclusión social, tendríamos al
precariado y a la población estructuralmente empobrecida3.
Finalmente, después de la crítica, de
forma positiva y pragmática Wright considera “¿y qué? ¿a quién
le importa? La importancia de la precariedad como parte de las
condiciones vitales de millones de personas en el mundo hoy no
depende de si esas personas pueden considerarse como pertenecientes a
una clase en concreto. Lo que importa es la realidad de la condición
en que se encuentran y qué pueda hacerse al respecto. También es
cierto que, en determinados contextos retóricos, llamar clase al
precariado puede ser útil como forma de legitimar y consolidar un
programa de acción.” (p. 205). La grandeza de Wright radica
también en esto: si algo sirve a la población y a un cambio social
justo, bienvenido sea, aunque no aporte mucho al saber académico.
La última parte del libro la dedica
Wright al análisis de propuestas de acción y de cambios en la
actualidad, principalmente a lo que denomina sociedades
capitalistas desarrollas, en línea de sus anteriores trabajos
compilados en la obra Construyendo utopías reales, del que
extrae algunas partes, como bien indica. Del análisis sobre las
clases sociales pasa a la aplicación práctica de los conceptos, en
la búsqueda de un cambio de sociedad, ubicado en el mundo de la
globalización y la financiarización.
Con Wolfang Streeck muestra que el
rendimiento de una economía de mercado aumenta allí donde existen
restricciones socialmente admitidas al interés egoísta y la acción
económica interesada. Las restricciones aumentan el rendimiento
económico, en contra de la opinión liberal (ya sea ultra o neo),
pero hasta un cierto punto, a partir del cual el exceso de regulación
institucional y de excesivas normativas sí hará disminuir el
rendimiento económico del mercado. Se trataría por tanto de buscar
ese punto medio de la sabiduría económica, mercado flexible pero
regulado.
Por otra parte, Wright utiliza
diferentes estudios empíricos para mostrar que el ascenso en los
derechos de la clase obrera no necesariamente reduce las ganancias de
la clase capitalista, antes bien, se puede dar una evolución
positiva: no es un juego de suma cero, todos pueden ganar: “un
juego en el que ambas partes pueden mejorar su posición mediante
varias formas de cooperación mutua y activa. Podemos llamar a este
resultado un ‘compromiso positivo de clase’” (p.220). Lo que
Wright defiende es la conveniencia de llegar a compromisos o, mejor
expresado desde mi punto de vista, conseguir acuerdos positivos
entre diferentes clases, (ya que “compromiso de clase” se ha
utilizado también para referirse al compromiso de una persona con su
propia clase).
Llegados a este punto (penúltimo
capítulo) realiza una afirmación un tanto asombrosa, vista su
trayectoria y los análisis citados: “Mi premisa es que, en la
medida en que el capitalismo es la única forma que hay de organizar,
de un modo u otro, la economía, un compromiso positivo de clase -si
puede conseguirse- supondrá, en general el contexto más ventajoso
para la mejora de los intereses materiales y las circunstancias
vitales de la gente normal” (p. 220).
Afirmación afortunadamente matizada en
el último capítulo, donde indica literalmente: “una salida del
capitalismo no es una opción en el periodo histórico actual. Ello
no se debe a reparo alguno acerca de si es o no deseable romper con
el capitalismo como sistema económico sino a causa de la convicción
de la imposibilidad de cualquier tipo de estrategia viable de
ruptura” (p. 280). Recogiendo la tesis de Przeworski sobre la
imposibilidad del cambio democrático electoral a un sistema
socialista. Para a continuación plantear “La cuestión es: vivir
en el capitalismo, pero ¿en qué condiciones y bajo qué forma?”.
Recuerda que, como ha señalado en otras obras, realmente en la
actualidad “todas las economías son híbridos de diferentes tipos
de relaciones económicas… las economías capitalistas
contemporáneas deben considerarse como híbridos de estructuras
capitalistas, estatistas y socialistas”. Aunque, eso sí, el
componente capitalista es “dominante”.
Explorando diferentes estrategias
transformadoras y terminando la obra con un breve repaso a algunas
alternativas no capitalistas, “aspectos no capitalistas del híbrido
económico estructural”; en el que estarían: las Cooperativas
de trabajadores, entre las que cita a la Corporación Cooperativa
Mondragón como el mejor ejemplo internacional exitoso; los planes
de propiedad de activos de los empleados, (PPAE) empresas en que
lo empleados poseen una parte de las acciones, que puede llegar a ser
el 100% en algunos casos; La economía social, considerando
restrictivamente solo a la de organizaciones sin ánimo de lucro, y,
finalmente, las finanzas solidarias, cuando sindicatos u otras
organizaciones gestionan fondos de pensiones para sus miembros. Este
capítulo final resulta escaso y excesivamente esquemático o
reduccionista, ya que, por ejemplo, la economía social es, al menos
en el mundo europeo, mucho más amplia de lo citado por Wright, tanto
conceptualmente como cuantitativamente e incluye a su vez el
cooperativismo en sus diferentes formas. Tampoco cita a la banca
ética y otras formas más amplias y alternativas de producción y
consumo.
La reflexión final con la que se
cierra el libro: “la izquierda debería empezar a pensar seriamente
acerca de la deseabilidad y la posibilidad de ampliar el espacio para
las alternativas no capitalistas dentro de las economías
capitalistas” suena así un poco rara, debería empezar a
pensar: más bien diríamos que si hay alguna izquierda que aún
no lo ha hecho nos tememos que, al menos de momento, ha perdido el
tren de la historia.
Tenemos así, en conclusión, una obra
especialmente ambiciosa y de actualidad. Que se atreve a tratar con
rigurosidad, en la misma obra, la crítica conceptual del análisis
de clases desde una perspectiva marxista, que abarca desde Weber
hasta los autores más recientes y famosos, como Piketty. Su orden de
exposición es admirable. En definitiva, siendo un tema tan complejo,
nos ayuda a comprender las clases sociales, incluso para los
neófitos en el tema. A modo de abstract, cada capítulo es
presentado al principio con una exposición clara de cuáles son los
objetivos y cuál va a ser el orden de exposición en el capítulo y
algunas de las conclusiones que se relatarán. No es corriente hoy
día un relato tan limpio, el que un ensayo, sin ser un manual, esté
tan bien estructurado y claro en su exposición.
Tomás Alberich
2
Sobre estos conceptos y especialmente el paso de la clase en sí a
la clase para sí, y por lo tanto a la acción colectica organizada,
ver la obra de José F. Tezanos (2013): La sociedad dividida.
Estructuras de clases y desigualdades en las sociedades
tecnológicas. Madrid, Biblioteca Nueva Siglo XXI.
3
Alberich, T. y Amezcua, T. (2017): “Desigualdad,
clases sociales y sociedad de los tres tercios” SISTEMA
Revista de Ciencias Sociales nº 245. Madrid,
Editorial Fundación Sistema.
Saludos desde Brasil! tú postaje me llega justo mientras estoy en unos estudios oportunizados por la Universidad de Glasgow, en EAD, sobre la clansia en Gran Bretaña que pone en tema todo lo que se pueda pensar sobre clases sociales y "economía" en aquél entonces. A nosotros, en Porto Alegre, no ha llegado en tiempos recientes las contribuciones de Sueley Rolnik e Félix Guatari que se contraponen a la resistencia en aceptar la supremacía del micro sobre el macro. Justo al revés, en 1982 (un años después de se haber creado el Partido de los Trabajadores), Guatarri se dedicaba a entrevistar Lula da Silva, y en 1986 escribía con Rolnik, basado en una praxis vivenciada en nuestro país, "Micropolítica: cartografias do desejo". Su pensamiento sobre la organización del poder era post-estruturalista. Tuviera él acerto o no, por aquí seguimos amando Weber y discutiendo Marx. Ahora mismo, también, lamentamos que no sea más posible discutir éstos temas com Wright, sino dedicarmonos al análisis comparado de su obra. Sin embargo, hace algo como dos años, estuvo Rolnik en un Seminario sobre Curadoría de Arte en que estaban también presentes investigadores del tema de Portugal y otros, para decirnos de la importancia del socialismo libertario (?!) en el acercamiento de la historiografía del arte latino americana, que, teóricamente, busca una vertiente entre el tropicalismo y el pictórico. Qué resulta ser clase, en el campo teórico que se quiera hacer de si mismo macro y no micro sigue siendo, opino yo, casi un enigma a ser resuelto con la contribución de muchos ...
ResponderEliminarSe puede ver como un desarrollo de las ideas de este autor al marxismo hegeliano de Carlos Pérez Soto, aunque incorpora muchas más ideas e influencias
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Espero que sirvan estas referencias a los lectores/as interesados en estos temas